¿Nuestro lugar de nacimiento es una suerte, una maldición o es simplemente el destino que nos merecemos? ¿Cómo puede existir esa diferencia tan abismal, en este contexto tan insondable?

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Es difícil entender que el azar u otra fuerza superior anteponga estos sesgos, tan radicalmente opuestos, para predestinar sobre un mapa la venida al mundo de sus nuevos habitantes. Los hados pueden ser diversos, zonas económicamente paupérrimas, en donde las personas que las habitan pueden morir de hambruna, insalubridad, precariedad sanitaria, abandono. Entre estas, se posicionan las que miran desde la opulencia, estabilidad y zona de confort al resto. Las primeras potencias abusan de su posición privilegiada y explotan los recursos naturales de esa zona geográfica hasta esquilmarlos, por medio de la connivencia y de contratos abusivos.

Pensar que todo está ya predestinado, (...) como una partida de ajedrez, en donde cada pieza tiene una posición...

Pensar que todo está ya predestinado viene a ser como una partida de ajedrez, en donde cada pieza tiene una posición en el tablero y una capacidad implacable de poder y movimiento, que el destino dirige con la variedad de las reglas del juego.

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La estrategia que nos coloca en una parte del planeta, nos condiciona a unas normas más o menos justas, para transitar por nuestras circunstancias. Lo que sí queda claro es que la partida finalizará y todos seremos eliminados del “tablero”, personas y piezas. El destino sonreirá por su triunfo. (O)

Jesús Sánchez-Ajofrín Reverte, Albacete, España