A los 18 años quería independizarme, viajar y ayudar a mi familia a partir de un trabajo. Hoy, con 23 años, desempleada, pienso en cuán equivocada estuve. Tener trabajo es un privilegio de pocos.

Las empresas buscan personas prodigios con experiencia. La cantidad de veces que me han cerrado las puertas de trabajos, en la cara, es desmotivadora. La mayoría de los rechazos han sido por estar estudiando –son horarios rotativos o coinciden con mis clases–; por no tener título universitario; no tener experiencia. Pocos empleadores dan oportunidad, como si ellos hubiesen nacido sabiendo. En época competitiva las empresas contratan a los mejores perfiles, pero deberían apoyar a los estudiantes universitarios ofreciéndoles menos horas, u horarios fijos, poner a los postulantes a una semana de prueba, y demuestren que sin experiencia son capaces de destacarse. El presidente Lasso propuso la Ley de Creación de Oportunidades que proponía ideas similares, pero la consideraron sin “unidad de materia”. Mi generación es considerada como de “mantenidos que no se independizan”, pero no tienen en cuenta que es catastrófico que nos cierren las puertas por ser estudiantes y no tener título profesional. Nos condenan al fracaso. (O)

Faviana González Guerrini, universitaria, Guayaquil