La esencia de un político radica en sostener el apoyo popular. Cuando pierde este apoyo, es el inicio de un declive en su carrera política. Los políticos inteligentes, hábiles, controlan su accionar sobre esta base. Aquellos sin conocimientos y sin razonamiento actúan de manera visceral, aun en situaciones que en el corto plazo les signifique una verdadera catástrofe desde el punto de vista de su popularidad.

Hace muchos años, un rey griego llamado Pirro emprendió campañas bélicas en contra de Roma, y aunque venció, la pérdida de soldados de su ejército significó una derrota, pues dejó más daños en el vencedor que en el vencido, plasmó el concepto de “victoria pírrica”: una acción que daña más a quien la ejecuta que al que la recibe.

Presenciamos el 10 de marzo, se va a cumplir un mes, cómo una acción irracional en la Asamblea produjo una reacción furibunda que no la olvida la opinión pública, en contra de quienes aprobaron de manera cuestionable la amnistía grupal ejecutada sin análisis, sin razonamiento, sin lógica, sin legalidad, de manera burda, menospreciando el razonamiento del pueblo. Las celebraciones de quienes buscaron la aprobación de dicha amnistía dejaron puesta en duda su capacidad de razonamiento, algarabía digna de verdadera ignorancia.

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La opinión pública nacida inmediatamente de este hecho toma como evidencia la mediocridad de las actuaciones, muy seguramente minará considerablemente su apoyo popular. Escuchar –todavía– las justificaciones de algunos legisladores y de algunos amnistiados, es un ‘poema de alabanza’ a la irracionalidad, es un afán de ver la cara de tonto al pueblo, como si nosotros somos menos capaces que ellos para razonar y entender. Lo ocurrido es una mancha más a un tigre que ha devenido en sumiso esclavo del dogma y de la falsa solidaridad. (O)

José Manuel Jalil Haas, ingeniero químico, Quito