El 9 de enero de 2000 marcó un antes y un después en la economía y en las finanzas de los ecuatorianos. Atrás quedaron las angustias de los comerciantes y de los consumidores por la fijación de los precios de los productos, que bailaban al son de las subidas y bajadas del valor del sucre, expresados incluso en millones, sensibles al vaivén político, ya que su cotización respecto de la moneda patrón ascendía o descendía de acuerdo al clima que vivían los politiqueros de ese entonces. Llegó un momento en que la maquinaria de la comercialización se detuvo. Los mercaderes ya no podían poner un costo de venta a sus artículos porque ignoraban cómo iban a calcular el de reposición. Esto fue realmente fatídico.
La dolarización y los objetivos nacionales
Mientras, la propuesta de dolarizar la economía se escuchaba cada vez más fuerte, debido a que muchas transacciones, como las inmobiliarias, ya se hacían en dólares americanos. El sucre había perdido totalmente su valor. Y desde afuera, nadie quería negociar con nosotros. La inflación anual entre 1980 y 1998, en promedio, fue de 36,4 %, lo cual significaba pérdida del poder adquisitivo de la moneda, reducción de la inversión nacional y extranjera y del crecimiento económico, mayor afectación a los grupos de menores ingresos, imagen distorsionada de las empresas, incertidumbre en el mercado, porque nadie compraba y, por tanto, nadie vendía; desestabilización de la economía porque el aumento de los precios se disparaba a cada rato, lo que ocasionaba despido de personal y cierre de empresas. Esto lo vivimos en la década de los noventa. El sucre ya estaba condenado a desaparecer legalmente. La decisión la tomó el presidente de ese entonces, Jamil Mahuad.
Los políticos de turno vs. los eventos de lluvias
¿Qué ocurrió después? Por supuesto, hubo algunos que se beneficiaron del cambio, ya que les llegó el soplo de lo que iba a acontecer y se apresuraron a transformar sus devaluados sucres en dólares. El resto se despertó con la noticia de que sus sucres ya no existían más y que, en su lugar, aquellos 25.000, con los cuales todavía se podía adquirir algo, se resumían en un solo “verde”, como lo llamó el pueblo, pudiendo comprar con este solo un manojo de culantro por el que, hasta la víspera, había pagado dos sucres y medio. El costo fue demasiado alto. Necesitábamos absolutamente dolarizar la economía, pero no a ese precio. Hasta 4.500,00 sucres era beneficioso, como lo había sugerido Bucaram cuando propuso ir a la convertibilidad en 1996. Pero con 25.000,00 sucres por dólar se pauperizó más la gran mayoría de la población. Alguien publicó en el Diario EL UNIVERSO “Mi sueldo en un billete de $ 20,00”, reflejando la gran tragedia para la población ecuatoriana por una medida mal tomada.
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Después de este altísimo costo, las fichas se fueron acomodando y retrocedió la inflación. Nos hemos encargado de restarle poder adquisitivo al dólar en el Ecuador, es cierto; pero, a pesar de los esfuerzos que deben hacer nuestros gobernantes para sostener la economía dolarizada, lo mejor es mantenerla. Revertir el sistema, después de todo lo que hemos pagado por ello, sería darnos una estocada de muerte.
No, no vamos a permitir que unos pocos nos hagan rezar un réquiem por la dolarización. (O)
Katia Murrieta, Guayaquil