El ser humano nace con el deseo de complacer y agradar a los demás. Estos actos de bondad generan endorfinas en nuestro cerebro que es un químico de la felicidad. Igual ocurre con los animalitos como un perro al mover la cola y poner su mejor rostro a su dueño, o como el pingüino macho llevándole la mejor piedra o la más pulida como obsequio a la hembra para poder conquistarla.

Pero, qué ocurre hoy en día en una sociedad materializada donde el hombre debe hacer un esfuerzo económico para complacer a sus seres queridos a pesar de no tener los recursos , y todo esto para evitar decir “no”, a sus seres queridos: no tengo, no puedo, no deseo gastar; y lo terminan viendo como avaro o mezquino a pesar de contar con una lista de prioridades en salud, arriendo, servicios básicos y estudios. Entonces, ¿cuántos no se necesitan para estar en el punto de equilibrio entre el ingreso y los múltiples gastos?

A nivel de enfoque de género incluso, la sociedad mundial y los censos de población hacen referencia al hombre de la casa como cabeza de familia. Esto significa que deberá él solo resolver todo tipo de ausencia, incluso la económica. Vivimos un constante “bombardeo” comercial para que el usuario financiero compre o renueve artículos que después pagará con unos excelente anzuelos por ejemplo “compre hoy y pague después de tres meses”. Prácticamente la felicidad está condicionada al nivel adquisitivo o a la capacidad de adquirir cosas materiales con facilidad. Pero olvidamos que nacemos sin nada y morimos sin llevarnos un solo centavo, pero en el ínterin nos mortificamos por acumular tereques perdiendo el norte del propósito de vida que es ser mejor persona, ser feliz sin condicionamientos y haciendo el bien con sus pensamientos, deseos y actos. (O)

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Gunnar Lundh Iturralde, licenciado en Periodismo, Guayaquil