Vivir con miedo en Ecuador se ha vuelto parte de lo cotidiano. Y eso, más allá de preocuparnos, debería estremecernos. Cuando lo anormal se convierte en rutina, no solo perdemos la capacidad de asombro, también perdemos nuestra humanidad.

Hoy, el desafío no es solo la violencia o la corrupción: es la deshumanización. Es ese proceso silencioso y progresivo, que nos lleva a mirar sin ver, a convivir con la tragedia sin sentir. Ya no es frialdad, es fatiga emocional. Es un mecanismo de defensa que, sin darnos cuenta, ha ido apagando nuestra empatía.

Educar con miedo: el desafío emocional de ser docente en un país en crisis

La violencia ya no escandaliza: solo ocurre. Y ese es, precisamente, el síntoma más alarmante. Porque cuando dejamos de sentir, dejamos de reaccionar. Y al no reaccionar, dejamos de exigir. Así, la violencia no solo mata cuerpos, también daña la democracia.

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Nos hemos adaptado al miedo como si fuera parte del paisaje, no lloramos la sangre que vemos, o si lo hacemos, lo hacemos en silencio, con la amarga certeza de que mañana puede volver a pasar. Mientras tanto, surgen políticas construidas desde el miedo, no desde la estrategia. Desde la desesperación, no desde la sensatez.

Almas rotas: reflexión del Ecuador actual

Este problema no se resuelve únicamente con leyes ni con más vigilancia, se resuelve desde la raíz: la pérdida de valores. Hemos dejado de educar en empatía, respeto y responsabilidad. Celebramos la astucia más que la honestidad, el poder más que el servicio. Vivimos obsesionados con una “vida perfecta” que, para alcanzarla, nos permite atropellar todo: principios y personas.

No se trata de elegir bandos, sino de no perder los principios. De volver a poner al ser humano en el centro. Necesitamos volver a sentir. Volver a dolernos. Volver a indignarnos. Porque solo cuando algo nos duele comenzamos a cambiarlo.

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Ansiedad y depresión: epidemias silenciosas

No podemos permitir que el miedo y la deshumanización sean nuestra costumbre. Un país que deja de sentir es un país que renuncia a sí mismo.

El desafío es profundo, pero impostergable: recuperar la empatía como acto de resistencia. Y así, quizás algún día, podamos dejar de sobrevivir para empezar a vivir. (O)

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Juan Yépez Tamayo, abogado, Guayaquil