Con la edad he dejado de tratar de explicar por qué una persona, un director, un presidente hacen las cosas que hacen. Si me encuentro con alguien que cree que está por encima de todo, entiendo que su vista se encuentra interrumpida y no ve más allá del momento. Las razones más distantes son irrelevantes.

¿Por qué el líder de un país se encapricharía contra una mujer a tal punto de ponerse a la gente en contra gratuitamente? Porque no entiende que tiene asuntos más importantes que atender, eso es todo. Emmanuel Macron, Justin Trudeau, Joe Biden tienen una agenda clara y se ocupan de dirigir la economía de sus países e influir activamente en el liderazgo mundial. En contraste, los presidentes ecuatorianos están preocupados por sacarse una foto poniendo la primera piedra de una hipotética infraestructura. A la final, a quién le importa lo que sucede en un país tan insignificante.

Transparencia

En la época de Rafael Correa, el gobierno desvió su atención de los importantes problemas del país para revestir de una fama innecesaria a una mujer, cancelando su visa de intercambio cultural. Manuela Picq fue expulsada del territorio nacional sin miramientos, pero regresó triunfal. Ganó tanta tracción que casi logra que su candidato presidencial llegue a la segunda vuelta y, luego de eso, fácilmente se erija presidente de Ecuador. Nunca se pensó que podía llegar tan lejos sin siquiera vivir en el país.

En esta ocasión, el Gobierno ha dirigido sus fuerzas contra Alondra Santiago, a quien le ha revocado su visa de amparo. En respuesta, se ha desencadenado una campaña bastante nutrida en su defensa, a la que se ha unido hasta la cadena internacional de noticias CNN. Como consecuencia, no hay señales de que el final del conflicto sea la deportación de Santiago dentro del plazo estipulado de cinco días. Al contrario, lo más probable es que escucharemos de ella más de lo que nunca lo hicimos.

Aparte de las consecuencias insospechadas que puede acarrear la expulsión de personas mediáticas del país, estos episodios lamentables evocan una de las grandes debilidades institucionales de Ecuador. El Estado puede usar arbitrariamente los instrumentos legales a su alcance en contra de cualquier ciudadano y darse licencia para tratar de imponer lo que debemos pensar. No son acciones simplemente anecdóticas; es un ataque contra un principio democrático básico, la libertad de expresión. Por eso, más allá de nuestras creencias y preferencias, debemos reaccionar de manera crítica y consecuente.

Un clima represivo puede influir en el autosilenciamiento de los periodistas (al menos los que no se involucran en política como lo ha hecho Santiago). Los medios de comunicación tienen la capacidad de indagar y revelar actos de corrupción que de otra manera quedarían impunes. Idealmente, crean espacios para el imprescindible debate democrático. Aunque a Daniel Noboa no le importa pasar a la historia como un líder autoritario, además de caprichoso, se debe condenar cualquier actuación que debilite todavía más la precaria estructura institucional del país. Las consecuencias de que un presidente actúe como si está más allá del bien y del mal nos afecta a todos. (O)