Según Mario Vargas Llosa su novela Le dedico mi silencio es la última, no solo en el sentido de que es la más reciente, sino que con ella su carrera literaria llega a su fin. Para decirlo en buen peruano, con esta obra número veinte, publicada por la editorial Alfaguara, el famoso escritor de 87 años cierra la chingana.

La novela trata de un erudito incomprendido, Antonio Azpilcueta, quien escribe artículos sobre la música nacional en publicaciones menores. Defiende la teoría de que el vals peruano puede integrar a los diferentes estratos de la sociedad peruana y quiere escribir un libro que pruebe su tesis. Pretende usar como hilo conductor de su historia la vida de un virtuoso guitarrista, Lalo Molfino, quien nació en Puerto Eten, y para ello viaja a este pueblo de 2.500 habitantes en los desiertos del norte del Perú. El objetivo del erudito es corroborar, entre otras cosas, si el músico efectivamente había sido rescatado de los basurales del puerto cuando era bebé.

Pero el verdadero personaje de esta novela no es Azpilcueta ni Molfino, sino el vals peruano o criollo, como género unificador de los habitantes del país del sur. Se sugiere que la solución de los problemas nacionales no viene de los partidos políticos ni de sus planes de gobierno, sino a través de la creación de un género musical que logre enfilar las energías de todos los peruanos en una sola dirección. El vals peruano sería un elemento capaz de provocar una revolución social y de derribar prejuicios para unir al país entero en un abrazo fraterno y mestizo.

(...) aprovecha... para subrayar la importancia de la música propia en la solución de los asuntos nacionales.

En uno de los pasajes de la novela se señala que, durante la década de los cuarentas, la muerte de Carlos Gardel ocurrió en el momento en que el tango se imponía incluso en París y sus canciones se hicieron aún más populares. En el Perú el tango puso en peligro la popularidad del vals criollo y fue entonces que los compositores peruanos reaccionaron con patriotismo para contener la invasión. A través de nuevas composiciones pusieron al tango en su lugar y reimplantaron el vals como la canción bailable más popular.

De acuerdo con Vargas Llosa el vals peruano se origina como la mezcla de un baile español que se denomina la zamacueca y los valses austriacos de Strauss. Curiosamente, esta mezcla de géneros europeos se llevó a cabo en los extramuros de Lima, en los barrios casi marginales. A pesar de su origen humilde, estas canciones también entusiasmaron a las clases altas limeñas.

Esta última novela no tiene el calibre de las mejores obras de Vargas Llosa, tales como Conversación en la Catedral o La tía Julia y el escribidor. Sin embargo, el autor aprovecha los remanentes de su carrera literaria para subrayar la importancia de la música propia en la solución de los asuntos nacionales. En este sentido, Vargas Llosa pone a la música por encima de la literatura, en cuanto a su capacidad de crear una identidad de país.

Cabe citar aquí a Gabriel García Márquez, quien al igual que Vargas Llosa ostenta el premio Nobel de Literatura, cuando declaró que la música refuta, con el poder sin límites que tiene, el disparate bíblico de La Torre de Babel. (O)