Los ecuatorianos, hasta el 13 de abril, respiraremos un aire viciado. La tan defendida democracia –y yo también la defiendo– nos ubica en un territorio mental dividido en dos bandos, para defenderlos se encuentran los más peregrinos argumentos. Naturalmente, va de por medio el elemento emocional que hace que algún manifestante tache de enano a un candidato y de títulos falsos a la otra.

Esta polarización encuentra el mejor terreno para la lid en las redes sociales. Se toma un teléfono y cualquiera se graba a sí mismo barbotando su odio, así como los invisibles asalariados con seudónimo escriben lo que sea. Yo todavía recuerdo tiempos más serenos, cuando solo la prensa impresa nos ponía por delante la lucha electoral y eran indispensable el paseo por calles y los saludos de puerta a puerta. Los discursos en balcones o tarimas eran piezas oratorias. La televisión metió en nuestros hogares a esos señores que decían tener la fórmula precisa para gobernar y ciertos debates entre oponentes acérrimos se hicieron históricos.

Votar sin miedo

Carrera contra el tiempo

La cantidad de nuevos ricos y el número de binomios que se han presentado a las elecciones, muestran que la política es un buen negocio, y hacia allá se dirigen los pasos de los noveles participantes, hasta de los casi desconocidos que sin haber demostrado idoneidad, se cuelan en los partidos y sin que el pueblo se dé cuenta aparecen convertidos en asambleístas. O llegaron de medrar en puestitos de mínimo nivel, hasta la anhelada figuración del micrófono y la cámara.

Cuando reparamos que el poder del voto mayoritario está en manos de hermanos ecuatorianos seducidos por un regalo momentáneo, por una canción pegajosa, por una oferta desmesurada que no tiene realización posible, clamamos por la educación que abra mentes y oídos y ponga escudos a las estrategias de campaña. Pero no hay tal cosa porque cualquier transformación que dependa de la calidad educativa es un proyecto a largo, larguísimo, plazo.

Así que no queda más que hacer labor de hormiga dentro de nuestros reducidos círculos para analizar las fortalezas y debilidades de los candidatos, de sus personalidades, planes de gobierno y equipos humanos. Cuando una pastora evangélica levanta una oración a Dios para que gane la candidata, con ella de rodillas, o familiares del candidato ofrecen una plataforma económica para con escasa inversión conseguir al mes buenos dividendos, no se está apelando al discernimiento ciudadano, sino a la emotividad y necesidad.

Las conversaciones estarán teñidas de estos actos hasta la señalada fecha. Ya se sabe que los taxistas son buenos dialogantes, que los empleados de los mercados y tiendas tienen ganas de revelar sus aspiraciones, que detrás de los escaparates de los centros comerciales hay gente que también toma el pulso a la realidad eleccionaria. Cada persona es un votante y tiene ese pequeño poder. Y allí vamos, opinando, picando el oído atento o queriendo despertar conciencias.

De repente, alguien dice que va a votar nulo. Tengo un familiar que se enciende de cólera ante esa opción, dice que es gente dominada por la indiferencia o la ceguera, como si alguien pudiera permanecer impermeable a las consecuencias de esa decisión. El mínimo momento de poner el papelito en el ánfora, determina el futuro de este país. (O)