Dentro de cinco días se conmemorará el inicio del periodo de mayor duración bajo un régimen constitucional en la historia nacional. No es menor cosa que a lo largo de 45 años no se haya producido un golpe de Estado militar exitoso, como los que saturaron los 109 años previos. Tampoco deja de llamar la atención que el único intento de golpe, el que protagonizó el coronel con sus pares, fracasó en pocas horas debido a la posición adoptada por sus superiores (si lo hicieron por apego al orden constitucional o por defensa corporativa es algo en debate, pero el hecho es que no prosperó).

Sin embargo, la ausencia de golpes de Estado no es, en el caso ecuatoriano, sinónimo de salud constitucional ni democrática. Con una creatividad digna de mejores causas, las dirigencias políticas y sociales, de izquierda o de derecha, revolucionarias o reaccionarias, colectivistas o neoliberales, en fin, todas las voces que hablan en nombre de la ciudadanía se han dado modos de convertir a la inestabilidad en lo único estable, el caos en virtud. No esperaron que se cumpliera el primer periodo presidencial y legislativo para hacer unas reformas constitucionales de tal profundidad que cambiaron el nombre de las instituciones, alteraron los periodos de las autoridades, redefinieron las modalidades para sus nombramientos, reformaron la ley electoral y modificaron la división político-administrativa. De ahí en adelante no dejaron pasar un año sin reformas sustanciales.

¿Recesión o frenazo?, hay detalles

‘Creemos en el Ecuador’

Todo ello se ha justificado como una eterna búsqueda de perfeccionamiento o como ajustes necesarios para el mejor desempeño. Pero, basta hacer un paralelismo con el fútbol –que masivamente interesa más que la política– para avizorar el caos que se produciría con cambios permanentes de esa magnitud. Simplemente, no habría equipo que pudiera soportarlos, el juego en su conjunto perdería calidad y las barras pedirían a gritos que se vayan todos. Eso es lo que sucedió con los partidos. Tuvieron que abandonar la cancha y ceder el juego a caudillos salvadores, demagogos oportunistas y mediocres que, para seguir con la metáfora, no solo no han visto un balón ni pisado una cancha en su vida, sino que ignoran todas las reglas del juego (y tampoco les interesa conocerlas).

Pero, la reformitis no es la única causa del deterioro democrático. Efectos tan o más graves tienen factores como el poco interés de la ciudadanía en los asuntos públicos. Un desinterés que cae en la irresponsabilidad cuando elige a toda esa fauna y, sobre todo, cuando jamás se le ocurre protestar militantemente por la mala calidad o incluso la carencia de servicios básicos. El ejemplo más claro es la pasividad ante el agua que llega a su casa y que de potable no tiene nada (potable, según la RAE: que se puede beber). Su forma de protesta silenciosa, si así puede llamarse, es la picardía criolla, con la evasión de tasas e impuestos, la mirada complaciente con la corrupción y la búsqueda de acomodo individual.

En esas condiciones no debe llamar la atención que a nadie, ni a las autoridades ni a la ciudadanía se le pase por la cabeza conmemorar un aniversario de un hecho tan importante como fue el inicio de este periodo. Al contrario, el feriado –que corresponde a otro suceso histórico– será solo otra señal de lo poco que nos importa la democracia. (O)