Mario Campaña es uno de los intelectuales guayaquileños más completos y ha hecho realidad el sueño de cualquier vocacionado por la literatura: le ha dedicado su vida, al costo de no vivir en su tierra. Tiene libros de poesía, ensayo, investigaciones sociológicas y literarias, conferencias dictadas en universidades de Francia, México, Estados Unidos; tal vez la dirección de la revista internacional de cultura Guaraguao sea el ancla que lo ligó a Barcelona. Pero siempre vuelve a Guayaquil. Ayer presentamos uno de sus libros en el MAAC.

La edición ecuatoriana de Festina lente, a diferencia de las anteriores de España y Colombia, trae una portada llamativa porque es la reproducción del cuadro Identidad nacional del pintor Marco Alvarado que toca dos puntos sensibles del medio: una imagen del Corazón de Jesús sobre la bandera del Ecuador, aludiendo a parte de lo que nos representa como sociedad. ¿Tiene que ver con el contenido del libro? Muchísimo. La colección de 19 narraciones está tejida con hilos provenientes de una experiencia vivencial que emerge de las calles del llamado barrio de Matavilela y del pueblo cañero de Milagro, cuya vida de hace cincuenta años se levantó en torno de un ingenio azucarero.

¿Libro de cuentos, lo que apelaría a estructuras identificables, con construcciones definidas? ¿Libro de memorias de alguien que no quiere perder el pasado y nos involucra con él? Es cierto que la mente lectora necesita conceptos para manipular los libros y no quedar al garete de páginas sin identidad. Tal vez por ello, una de las exigencias de este sea encontrar qué define a sus historias, porque situaciones que nos llevan a ambientes, que nos ponen a perseguir personajes y a preguntarnos cuándo ocurrieron tales hechos, las hay, a raudales.

Un narrador, que crece frente a nuestros ojos, nos conduce por las calles del centro de Guayaquil, pasa vacaciones en Milagro y vive su adolescencia allí, estudia Derecho y se marcha de la ciudad. ¿Acaso es el alter ego de Mario Campaña, pendiente más de las reflexiones que le suscitan las diferentes edades y escenarios? Los relatos que reconstruyen el pasado tienen necesariamente líneas costumbristas, aunque las muestren bajo códigos estéticos distintos. Aquí hay escenas de inventario fidedigno cuando se llama guardafrío al mueble donde reposaban las vituallas en peligro de maduración, el molino de carne o verde se ajusta al filo de una mesa y es manual, los ancianos descansan en hamacas, el mercado se llama Plaza Central.

Ahora habrá que distinguir entre el Matavilela de Velasco Mackenzie y el de Mario Campaña, ambos ruidosos y estrafalarios, pero con señas diferentes: en el primero los personajes son dueños del ambiente con agresividad y desparpajo; en el segundo, el narrador es un flaneur que experimenta el calor y el riesgo de esas calles, pero que está más adentro de sí mismo.

Vivir una existencia hacia afuera –la oficina de abogado, el amorío con una mujer que tiene novio– se combina con otra, la que se cuenta con tono confesional propio de la poesía, la que se yergue observando un álbum de fotos familiares o la que late en la mirada frente a la madre envejecida, o al padre moribundo. Que el lector sienta la autenticidad de estos relatos y aprecie su prosa límpida y elegante. (O)