Viene a cuento en tiempos del novum parlamentum la respuesta del joven Tancredi al tío Fabrizio, príncipe de Salina, en Il gattopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1958), cuando Garibaldi invadía Sicilia y la aristocracia luchaba por mantener su estatus.
Fabrizio expresa el miedo de que Tancredi se sume a la revolución: “Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarte con esa gente! Son todos unos hampones y unos tramposos. Un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el rey”. Tancredi responde: “Si allí no estamos también nosotros, esos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Un rato después, Fabrizio “le puso en el bolsillo un cartucho de onzas de oro y le apretó el hombro”.
Si Garibaldi buscaba la unificación de los principados para formar la República de Italia y la aristocracia sobrevivía a la burguesía y burocracia que escalaban peldaños de poder, acá la trama es más tropical. Buenos, malos y feos, rellenos de madera apolillada, mentes ofuscadas y manos embarradas persiguen un ideal: ocupar una curul para que nada cambie.
Y nada cambia por la superioridad moral de ingenuos, ignorantes y narcisistas vanidosos, incapaces de reconocer sus pulsiones destructivas, convencidos de ser mejores que todos, siendo tal certeza la que genera dudas de su veracidad. ¿Seguiríamos si no con la cantaleta de la tinta tránsfuga? Muy diferente es la probidad moral, la “ejemplaridad pública” de J. Gomá.
Que todo cambie para que nada cambie. Cambia la forma, no el fondo de las estructuras de poder. La superioridad moral se impone: somos los buenos, sabemos qué hacer para transformar el país. Son los otros los que están mal. Igual pensaban Pol Pot, Amin Dada, Stalin, Gadafi, Hitler, Franco, Mao, Mussolini, Sadam Husein, Bokassa…
Y es que, en la vida parlamentaria, “cómo dice que no se goza, que no se goza, que no se goza”. Porque aquí, con o sin tarjeta, se goza sin límites. ¿O acaso no atestiguamos la infantil conducta de quienes se quedaron sentados en un acto formal de juramentación de autoridades? ¿O las ausencias, entradas y salidas del pleno, los minibloques, las negativas a registrarse o dar la espalda al tratarse de la renuncia de la fiscal Diana Salazar?
El saber novelístico en Vargas Llosa
¿Y qué decir del desquite oficialista a los opositores al no considerarlos para integrar el CAL y la Comisión de Ética; sin darles la palabra en las sesiones y relegando a sus voceros top a la Comisión de Protección a la Niñez? ¡Vaya desperdicio cuando el tema niñez debería ser el más importante!
Agresores y víctimas, víctimas y agresores. Ya están a mano. Ahora sí, los discursos deben aterrizar porque la unión no solo se declara, se construye. Es hora de trabajar duro y a diario para todos, como advirtió el presidente Niels Olsen con firmeza, empezando con el desbloqueo en la plataforma X a críticos del periodo anterior.
Entre tanto cabildeo, cabe recordar la célebre respuesta de Benjamin Franklin, al finalizar la Convención Constitucional de Filadelfia en 1787, al preguntársele: “Doctor, lo que tenemos, ¿es una república o una monarquía?”. Él contestó: “Una república, si puedes conservarla”. (O)