En momentos convulsos se esperan opiniones rápidas o contrapuestas. Conviene detenerse a reflexionar lo que ha ocurrido este domingo 19 de junio en las instalaciones en Quito de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Por la mañana, se produjo un allanamiento por una denuncia de intromisión de armamento en el recinto de la Casa, supuestamente destinado a apoyar al movimiento del paro nacional. No se encontró nada. En la tarde, la Policía tomó las instalaciones para convertirla en un punto operativo para contrarrestar la repetición de los desmanes ocurridos en 2019, en el paro nacional anterior también liderado por Leonidas Iza. A pesar de que el estado de excepción decretado por el Gobierno podría permitir formalmente esta toma, no está justificado bajo ningún concepto. Es un acto repudiable y vergonzoso, no solo por vulnerar la autonomía de la institución, sino por implicaciones que van más allá de la formalidad jurídica. Pero decir esto sería solo mostrar un lado del asunto. No es posible olvidar que hubo una toma por parte de los mismos manifestantes del 2019, que se instalaron en el ágora de la Casa de la Cultura y secuestraron a 27 periodistas y 10 policías. Lo más dramático fue el testimonio del periodista Freddy Paredes, de Teleamazonas. Los manifestantes lo agredieron y lo tumbó una pedrada en la cabeza. Hay fotos de su cuerpo convulsionado y sangrando.

De manera que lo impresentable son los dos secuestros. En ambos casos el procedimiento sigue siendo la violencia. El manido argumento de que todo es político, trasplantado a la cultura, se está convirtiendo en una suerte de licencia fácil para justificar cualquier vandalismo, supuestamente para rechazar la violencia. Es un callejón sin salida. El gran problema del uso de la fuerza y la agresividad en esta falsa propedéutica para la comprensión del sentido de la cultura es que deja una estela donde lo que menos se educa es la interlocución. Lo que se termina creando son fanáticos de ambas partes. El papel de la cultura es precisamente mediar a un ritmo distinto de la realidad, no irle a la zaga, copiándola. Esta es la diferencia entre el testimonio inmediato y la creación. La mediación estética requiere un tiempo de distancia para que la emoción pueda decantarse y sea posible observarla en todas sus aristas. Por esto que los artistas siempre deben llegar tarde, porque se toman su tiempo. La prisa de la reacción levantada sobre el furor y el descontrol impulsivo da réditos fatuos y somete a las personas a su instinto más básico. Luego viene el arrepentimiento.

En arte existe el descuido del pentimento. Esta palabra italiana significa arrepentimiento. El pintor se da cuenta de que tal figura está en una posición que no resulta conveniente y la cubre. Pero al pasar el tiempo, si ese recubrimiento no se realizó bien, las capas de óleo se filtran y revelan lo que debió ocultarse. Los creadores siempre están sometidos a la dinámica del pentimento. En una ficción puede darse un descuido, como los famosos de Cervantes en el Quijote, y que por supuesto el talento los muestra como menores, pero dan cuenta de ese proceso necesario de decantación, o de haberlo pensado antes mucho mejor. El papel de la cultura y de sus creadores no es únicamente el de dar un testimonio de su tiempo más inmediato, sino ese esfuerzo humano por conciliar las distintas versiones de la realidad y darles dignidad en su razón de ser. No es la apuesta por un bando. Quienes acometen el radicalismo no son creadores ni intelectuales, y cuando tienen la pretensión de considerarse artistas, lo que disimulan es una evidente falta de talento y un oportunismo rápido.

En la toma de la Casa de la Cultura hubo varios bailarines delante de los rígidos escuadrones de la Policía. Los cuerpos hacían movimientos suaves, pacíficos, sin ningún propósito más que su propia plasticidad, frente a la fría injerencia del Estado. Es comprensible la preocupación por desmanes violentos como los del 2019, impresentables bajo cualquier punto de vista, pero que se invada la Casa de la Cultura como medida preventiva es el gesto de absoluto irrespeto por parte de este Gobierno. Irrespeto que también tuvo hacia la cultura el despropósito político del gobierno de izquierda de Rafael Correa, que lo manipuló como un instrumento propagandístico y tuvo taimados cómplices.

La cultura sigue siempre su camino lejos de cualquier forma de poder político. De lo contrario se vuelve un instrumento ramplón del fanático de turno. Ese es su camino solitario. Así le ocurre a los personajes del cuento de Julio Cortázar, Casa tomada. Esa historia de dos hermanos que el día menos pensado descubren que su casa familiar está siendo tomada gradualmente. Poco a poco se repliegan cerrando áreas de la casa. Lo terrorífico es que no saben qué motiva esa invasión ni quiénes o qué la realizan. La casa termina tomada por completo y los dos protagonistas se marchan.

El 2017 y el 2021 escribí dos cartas abiertas dirigidas a Guillermo Lasso respecto a la cultura. Oídos sordos. Escribí que la búsqueda del poder político y su enquistamiento en él trastornan a cualquier funcionario. Los resultados en cultura han sido secundarios, y los gestos, como lo ocurrido ahora, son deplorables. Se redujo drásticamente el financiamiento a la biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, la más importante de Ecuador; seguimos con una crisis editorial y librera; seguimos sin servicio postal ecuatoriano, lo que dificulta la circulación de los libros, y frente a este allanamiento a una institución, el Ministerio de Cultura no cumple ningún papel mediador. Por supuesto, hay muchas más carencias, pero como lo demuestran este y todos los gobiernos anteriores, les importa poco o nada, y eso explica a largo plazo la incapacidad para aprender a dialogar en nuestra cultura. De allí que esta deba abrirse un camino realmente independiente, siempre a solas, lo más lejos posible del oficialismo de turno, de burócratas culturales ofendidos por recibir críticas o de militantes reduccionistas. (O)