En su (re)estreno, el nuevo Ecuador hizo todo lo posible por parecerse al viejo. La elección de las autoridades de la Asamblea Nacional no solamente reprodujo lo sucedido en todas las ocasiones anteriores, sino que demostró la ceguera política de quienes quieren superar el pasado.

En la elección de las autoridades del CAL no dudaron en utilizar las tretas que han desprestigiado a la Asamblea Nacional y a los partidos políticos. Si no pudieron acaparar todos los puestos de ese organismo, como el correísmo lo hizo en su momento, fue porque no tuvieron los votos necesarios. Los acuerdos logrados a último momento –que demostraron su fragilidad en las sucesivas votaciones– no fueron diferentes de los que llenan páginas de la historia parlamentaria del país, y, como estos, seguramente tendrán la corta vida que otorgan las prebendas. Recompensaron la desafiliación de una correísta con un puesto en ese organismo, lo que convierte en broma cualquier alusión a un cambio en la ética.

Más allá de esa reproducción del pasado, sorprende la ceguera política de los renovadores. Es evidente que no consideraron el escenario que se configuró a partir de la elección presidencial y legislativa. Su característica central es la polarización, es decir, la división del país en dos bandos opuestos e irreconciliables, que hace imposible la famosa gobernabilidad. La solución más fácil que tiene un gobernante en una situación de este tipo es la exclusión del adversario. Es la que aplicó, con éxito en lo inmediato, pero con los resultados desastrosos que aún los vivimos, el correísmo. La solución difícil pero efectiva para el mediano plazo es la búsqueda de acuerdos o, por lo menos, el reconocimiento del otro como un adversario y no como un enemigo.

El gobierno y su bancada parlamentaria optaron por la solución del viejo Ecuador, no permitieron que la fuerza política que consigue el voto de la mitad del país ocupe el espacio que le corresponde. Con ello, seguiremos pagando el precio que impone la polarización.

La ceguera es más evidente cuando se comprueba que no fueron capaces de interpretar, por un lado, las características básicas del correísmo y, por otro lado, las señales de inconformidad y desacuerdo con la manera en que está actuando el expresidente. Si algo ha mantenido la unidad en ese sector, aparte del carisma de su líder, es la construcción de una imagen propia en que no solo sus dirigentes, sino todos los correístas, aparecen como sujetos sometidos al acoso y a la persecución. La exclusión en el Legislativo fortalece esa imagen y, en consecuencia, contribuye a cerrar las brechas que apenas comenzaban a abrirse. Sin un puesto en el CAL el expresidente tendrá más fuerza para imponer su relato de víctima e incluso no será extraño que muchos de los suyos –que hasta el momento se han guardado de hacerlo– repitan lo de la tinta inteligente y saltarina y otras chifladuras.

No es un buen comienzo para la nueva administración del país, ni una buena ruta para superar la polarización. Sostener que ellos lo hicieron igual y que deben pagar las consecuencias es confesar que se está transitando por el camino equivocado y que el país seguirá pagando el costo. (O)