Hoy mi abuela tenía todo listo para la reunión. Yo preparaba el aserrín, la ropa y careta del año viejo. La casa albergaba familiares locos por los abrazos, comidas y bullicio que prendía la barriada. Estas fechas la ponían contenta. Sonreía y bailaba “La caderona”, contagiándonos a mí y a nuestros perros Yodi y Solitario imitándole los pasos. Entonaba villancicos afros mientras refregaba el estropajo de aluminio en sus ollas más grandes; pues cada año compartía con sus vecinos su “cena de negros”. Frase acuñada en tiempos de esclavitud africana. Denota desorden, caos, anarquía, actitud primitiva en las comidas de esclavos en esas barracas de risas y tambores. Se usa todavía como muletilla racista.

Alrededor de mi abuela, la Navidad era precisamente eso: una “cena de negros”; “anarquía” de carcajadas, “caos” del verbo, desborde de entusiasmo, murmuro de hijos, nietos, bisnietos y de los moradores invitados al jolgorio. Unía colores, edades, culturas. Resolvía cualquier desavenencia con su mágica sonrisa, sus manjares, la rumba y los abrazos. Nuestro banquete constituía energía positiva, hermanando un sector mayoritariamente mestizo. Sin imaginarlo, ella transformó la implicación racista de la expresión en una cordial y divertida convivencia intercultural, de sincera camaradería comunitaria, sin espacio a discriminación alguna.

Eran tiempos de integración, respeto, solidaridad, seguridad, bonanza de un pueblo trabajador en muelles, mercados o instituciones públicas y privadas, dignificando al ser que cada domingo iba a la iglesia para agradecer al Proveedor. Había mucha felicidad. Los chicos contaban los sucres regalados por tíos y padrinos; amigos estrenaban su ropa nueva frente a la enamorada; adolescentes y muchachas iban seguras a fiestas domésticas o bailes sicodélicos con permiso hasta la madrugada, y la puerta de casa las esperaba únicamente ajustada para recibirlas al regreso. El comercio fluía sin tantos temores; no había esa frustración consumista; la mesa unía familias y comarcas adornadas de espectaculares pesebres.

Hace poco visité a mi viejita. Le dije que a pesar de los años el barrio aún se acuerda de sus magníficas reuniones; aunque ya no es el mismo. Las puertas y ventanas ya no permanecen de par en par; hay rejas, alarmas, perros en las entradas, pero no garantizan seguridad. Le comenté que miles de años viejos posan tristes en las calles, como si su espíritu navideño sucumbiera ante el miedo, el desconcierto, el desempleo, la angustia, la mendicidad, en una sociedad más individualista, consumista y con sus instituciones políticas conflictuadas. Que estas fiestas se condimentan con crisis, peligro, apatía ciudadana, distracción tecnológica, emigración multiplicada, disgregación familiar.

Navidad 2022: ¿Cuál es la diferencia entre la Nochebuena y la Navidad?

“Nunca pierdas el optimismo frente a la más endiablada tormenta”; “al mal tiempo, buena marimba” –repetía mi abuela. No pierdo la esperanza de mejores días; que los dirigentes corrijan errores, dejen el egoísmo político y trabajen para devolvernos la paz y alegría que se han perdido. Le coloco dos ramos de flores y me despido prometiéndole disfrutar esta Navidad en alguna cena de negros. (O)