Un suicidio con siete balazos me catapultó a la primera página cuando yo era apenas un pasante en EL UNIVERSO. Sí, mi jefe de entonces puso la misma cara incrédula que quizás tienen ustedes ahora, y me dijo “demuéstremelo”. Volví veloz a mi fuente asignada, la emergencia del hospital Luis Vernaza, y pedí al jefe de la sala de Emergencia me prestase la radiografía que tomaron al suicida y donde estaban reflejados los siete disparos que esa persona, fuera de sus cabales, se había propinado con un revólver bala U. En el séptimo intento, en uno de sus ojos, logró que la pequeña bala llegara al cerebro y le produjera una lenta agonía. Los otros seis disparos no atravesaron los huesos de la cabeza, como mostraba la radiografía, con la que regresé a la redacción para defender la veracidad de mi noticia.

Ese día aprendí, en la mejor escuela de periodismo, que no bastaba con haber estado allí cuando llegó la víctima, sino que la información que no se puede documentar, no existe. Verificar, confrontar, contextualizar. Y si el dato riñe con la lógica, buscar exhaustivamente las pruebas.

Ricardo Pólit, Guillermo Medina, Jaime Véliz, Bernardo Morales, Livingston Pérez, Ricardo Chacón eran los maestros de esa época. Tanta experiencia y sapiencia. Tanta paciencia para con los novatos. Tanto compromiso y amor por la profesión.

La guerra del Cenepa, Lima en pleno conflicto, la negociación de la paz, Fujimori en Bahía de Caráquez, la Copa América; la madrugada en que el Congreso destituyó a Bucaram por “incapacidad”; la caída de las torres gemelas de Nueva York y sus víctimas ecuatorianas, la década de los 5 Gobiernos y la de la “revolución”, el absurdo juicio que en plena conmemoración de los 90 años volvió al Diario fuente y medio a la vez fueron solo algunas de esas experiencias que me enseñaron que la información es materia prima fundamental para el desarrollo de la sociedad.

Maestro también el boom tecnológico que desde inicios del siglo XXI me dio la oportunidad de conocer de primera mano, en Norteamérica, países de Europa, Asia y en Sudáfrica, lo más avanzado del mundo digital, y así, con esa misma responsabilidad con la que por tanto tiempo se habló a lectores, escuchas y televidentes, se hable a esa gran diversidad de audiencias que transitan sin hora de cierre por redes sociales que parecen infinitas.

Ahora que EL UNIVERSO ha cumplido sus primeros cien años, creo necesario agradecer. No solo por completar con la práctica exhaustiva y responsable la formación académica de muchos que, como yo, dedicamos la vida a comunicar. No solo por mimetizarse con la sociedad guayaquileña y sus problemas. Hay que agradecerle, sobre todo, por lo importante que ha sido su trabajo periodístico en el relato diario de la historia del Ecuador. Tarea controvertida, antes y ahora; aplaudida, antes y ahora; denostada, antes y ahora. Con aciertos y desaciertos, propios de los humanos que la han llevado a cabo, pero ante la que nadie podrá negar que ha sido fundamental en momentos en que la sociedad ha debido defender su democracia o, como recientemente, informarse para salvar su vida. Salud, EL UNIVERSO. Por cien años más. (O)