La humanidad se proyecta rauda y fatalmente a realidades marcadas a fuego por los descubrimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas. La sociedad planetaria toda, de una u otra manera, se encuentra en este nivel civilizatorio, existiendo, grupos humanos que están a la vanguardia de esta forma de vida y otros que la siguen porque la hacen suya y se vuelven, como ellos, dependientes de esas expresiones culturales que marcan el escenario social de todos.

Plataformas virtuales que permiten la interacción sincrónica de individuos y grupos sin que importe su ubicación geográfica, teletrabajo, cloudworking, inteligencia artificial, tecnología digital, ciberseguridad, ciberataques, “metaverso”, carrera espacial, producción de vacunas, “bitcoin”, redes sociales, geo ingeniería y otras actividades tecnológicas; son solamente algunas de las formas sociales que tendrán protagonismo global en este año que comienza.

El trabajo virtual se consolida como forma de producción de servicios y conocimientos en coordinación con el presencial, siendo ya, sobre todo en los países creadores de ciencia y tecnología una realidad común a todas sus poblaciones. La presencia física ya no es indispensable y muchos temas se resuelven y resolverán por teletrabajo. La nube, cloud, de internet es el espacio en donde todo está a disposición de quienes lo requieran. La inteligencia artificial tendrá cada vez mayor aplicación en todos los ámbitos de la vida social, este año se potenciará su incidencia en temas de salud. El “metaverso” o universo virtual paralelo tendrá propuestas cada vez más sofisticadas. La carrera espacial en la que compiten multimillonarios apunta este año al turismo y a la búsqueda de nuevas posibilidades de exploración en otros planetas. La ciberseguridad y los ciberataques son realidades cada vez más presentes.

También se desprende de estos hechos la urgente y vital necesidad de referentes éticos y legales que regulen su funcionamiento con miras a cuidar valores clásicos como la dignidad y la libertad. El debate ético respecto al ejercicio de cada una de estas formas de vida está ya posicionado. Igualmente, el marco jurídico que las regula se perfila cada vez con mayor claridad, siendo fundamentales las tradicionales instituciones del derecho para pensar la contemporaneidad y definir escenarios legales de permisión y prohibición.

Este panorama en Ecuador también tiene vigencia, sin que nuestras relaciones con el mundo vayan a cambiar, pues somos consumidores de lo que otros proponen, construyen y venden. La certeza de seguir así es clara y, en este tradicional camino de copia y consumo, nuestra identidad –nunca suficientemente posicionada– se diluirá aún más, consolidándonos como grupo que adopta acríticamente lo que otros proponen y ejecutan. Pese a la historia y, emulando lo que hacen las familias ecuatorianas cuando reivindican sus valores propios, siempre podemos como pueblo buscar rasgos colectivos que nos sirvan como fundamentos de proyección en el escenario global, también propicio para acoger la fuerza y la convicción –si se las tiene– de versiones culturales locales. (O)