Algún día escuché a un experimentado político local decir que, para gobernar, primero hay que ganar las elecciones.

Sé que suena evidente, pero detrás de esa frase hay mucho más que una verdad de Perogrullo, como consecuencia cronológica natural.

Debo aclarar que no soy politólogo, ni experto en estrategia política. Esta es simplemente mi opinión, amigo lector, alimentada con experiencias y vivencias de políticos y estrategas con quienes he tenido el gusto de compartir jornadas.

De regreso al hilo con el que inicié esta columna, evidentemente, primero se ganan las elecciones y luego se gobierna. Pero es muy frecuente que cuando la adrenalina de la campaña política se apodera del candidato y su equipo cercano; cuando las multitudes lo aclaman, cuando la gente lo abraza y las madres lloran; cuando los más humildes piden ayuda en los recorridos, al tiempo de palpar las carencias de las grandes mayorías, es inevitable que el candidato comience a pensar en gobernar, y muy frecuente, que comience a tomar decisiones de campaña en función de la gobernanza.

Y es que la campaña, es la campaña; y el objetivo de esta es ganar. Por ello, las estrategias deben estar todas coordinadamente encaminadas hacia ese objetivo: ganar.

A ello se debe que, en campaña, se suele prometer ‘el oro y el moro’, pues, es lo que, muy posiblemente, hará que el elector decida su voto en favor de uno u otro candidato.

Y si a ello agregamos que muchos candidatos nunca han ejercido la función para la que están postulándose, lo que implica desconocimiento de la complejidad real del cargo y sus limitaciones legales y políticas, tenemos que las campañas electorales en Ecuador y en gran parte del mundo, se han convertido en un baratillo de ofertas que muy probablemente no se cumplirán.

Evidentemente hay excepciones que confirman la regla; en el Ecuador y en el mundo. Una de ellos es Jaime Nebot, quien durante los 19 años que estuvo al frente de la Alcaldía de Guayaquil, cumplió religiosamente con sus promesas de campaña. No es casualidad que haya ganado tantas elecciones y que aún mantenga un elevado índice de aceptación, credibilidad y popularidad.

Hago esta introducción para intentar explicar por qué es tan dura y frustrante la transición de la campaña a gobernar.

Porque, como dice aquella frase que he usado para titular este artículo, “… No es lo mismo con violín que con guitarra…”.

Una cosa es mirar los toros de lejos, y otra, entrar al ruedo, que es lo que ocurre con muchos presidentes de la región, que se sientan a gobernar sin dinero, sin mayoría en el legislativo y con una oposición que no les deja respirar.

Y si queremos ver más hacia el norte, está Mr. Biden y los demócratas; muy fieros para criticar todas las ejecutorias de Donald Trump y, ahora, repletos de excusas para justificar la desastrosa salida de Afganistán o la inercia en el problema migratorio en la frontera con México.

Al final, la política es como la vida: de subidas y bajadas. (O)