Observo mis lecturas con nostalgia. Hice de cada libro un soporte cotidiano y material de pensamiento. El fallecido escritor Ricardo Piglia dijo que “los grandes textos son los que hacen cambiar el modo de leer”, y ese es el efecto que me dejan las obras ecuatorianas actuales. Sé que mi selección margina otros títulos que leí y que también merecen ser comentados. En un medio donde no se lee masivamente, es indispensable visibilizar obras ecuatorianas: esta columna solo es un llamado a contagiar a los receptores de lecturas que conmocionan.

Canciones desde el fin del mundo (2020, Kikuyo editorial) es el reciente poemario de la escritora esmeraldeña Yuliana Ortiz Ruano. El ritmo de la voz-furia, voz-mujeres (y lo digo en plural porque son tantos los matices que sugieren las identidades femeninas) conduce a la exploración de una poética rota que apuesta por la memoria del cuerpo. Destaca la presencia de imágenes poderosas que interpelan el mundo masculino y familiar; emergen las búsquedas personales con palabras que brotan como tejidos para reparar el exterior: “Escribo / para descifrar qué duerme entre mis cortezas”.

Los cinco cuentos que conforman Camino errado (2021, Turbina editorial. Premio Miguel Donoso Pareja), del quiteño Andrés Cadena, construyen realidades en claroscuros, personajes envueltos en un mundo frágil y próximo al nuestro. La prosa sutil y aprovechadora de la precisión narrativa, propia del género, hace de los elementos anecdóticos metáforas del mundo. Muy fácil es empatizar con las ideas que rodean las características de los protagonistas: reencuentros, relaciones fallidas, juegos perdidos y teorías que nos acercan a la escritura. En la misma línea de cuentos está De un mundo raro (2021, InLimbo), de Solange Rodríguez, libro que nos invita a creer en otros universos posibles. De una forma entretenida y original, la autora guayaquileña ofrece 13 cuentos sugerentes de preguntas. ¿Nos atreveremos a explorar buscadores de citas que nos relacionan con seres de otro planeta, a convivir con nuestros muertos, a viajar entre armarios o a “echarle ganas a la muerte”, como en un juego fúnebre? Cada cuento da cabida a lo fantástico y a habitar nuestro presente con otra mirada. Hay historias que evidencian daños colectivos y muestran la convivencia violenta dentro de nuestras ciudades como una circunstancia difícil de evadir.

Pienso en la novela corta Esas criaturas (2021, Cadáver Exquisito), de Eduardo Varas. Cuando se rompe la armonía, ¿se desatan los monstruos? Esta idea ronda el libro y, al parecer, sí ocurre, pues qué puede emerger cuando el abuso a un menor se instala en la vida familiar. El libro ofrece una posibilidad “ideal” de lo que conocemos como justicia al no dejar impune a los agresores. Los personajes de esta ficción también ofrecen una comprensión del dolor, la existencia humana y sus limitaciones. Un texto muy cercano a nuestro tiempo y a las condiciones que nos hermanan, “porque dos personas sufriendo lo mismo es la única definición posible de humanidad”. Por todo esto es deseable que las lecturas envuelvan nuestro presente. Los libros siempre esperan por nosotros. (O)