Juan Montalvo usó en sus Catilinarias el epígrafe “Tanto monta” cortar como desatar. Estamos inmersos en una situación muy difícil y sabemos que la solución es complicada. Alguien saldrá perdiendo y espero que no sea el país.

Pasa por acuerdos mínimos y patrióticos entre las funciones del Estado para evitar el caos que se avizora. Depende de la inteligencia de los involucrados. La Asamblea tiene mucho que ver y me parece que en la solución “cortar”, sus integrantes perderán mucho más. Miremos a los parlamentarios y preguntémonos si están dispuestos a perder el trabajo que les significa un sueldo aceptable para ellos y sus asesores. Porque la muerte cruzada los mandará a sus casas. No hay que tener ojos de águila para darse cuenta de que algunos de ellos no son ricos. El trabajo que pueden perder los hará meditar antes de tomar decisiones que obliguen al presidente a una radical decisión.

En la antigua Roma, la dictadura era una magistratura republicana. Se aplicaba en casos de grandes crisis internas, pestes o invasión extranjera. Era necesario concentrar los poderes del Estado en un dictador. El Senado otorgaba facultades máximas a una persona para que las resolviera y una vez cumplida la tarea, devolvía los poderes al Senado. La Constitución vigente prevé la situación. El presidente puede gobernar por decreto y cuando se trata de asuntos económicos debe consultar a la Corte Constitucional. Se convierte en una especie de dictador legal. Si el presidente Guillermo Lasso opta por la muerte cruzada, él también dejará el cargo y debe entregar el poder a quien resulte electo en las inmediatas elecciones organizadas por la función electoral. No hay en nuestro país un antecedente que nos guíe. El caso de don Clemente Yerovi es único por la nobleza y sensatez de tan ilustre dictador, que dejó el poder cuando resolvió la crisis. En política, sigue vigente la cínica afirmación de Maquiavelo de que el fin justifica los medios.

Mucho depende de la Asamblea Nacional. Sus integrantes deberían dedicarse a legislar para resolver uno de los graves problemas que es la falta de empleo y de inversión. La inseguridad que más preocupa a los inversores no es la de las calles sino la que proviene de leyes antiguas como el Código de Trabajo que debe ser remozado o sustituido por otro que garantice los intereses de trabajadores y patronos. Hace falta dialogar y llegar a acuerdos que recojan los intereses de ambos sectores. El más inteligente y patriota debe tomar la iniciativa. Un diálogo tripartito de las funciones podría desatar el nudo para resolver el asunto de fondo, la raíz de la crisis, que es el desempleo de más de cuatro millones de ecuatorianos. Los jóvenes que no ven futuro, quienes perdieron sus trabajos en la pandemia deben recuperar el horizonte de remuneraciones dignas.

La inseguridad de las calles es también un problema actual y muy grave. Cortar no significa matar, sino separar la parte enferma del cuerpo social y tratar de reincorporarla a la parte sana. Creo que la fuerza pública ya empezó.

Todo parece muy difícil, pero el afán de supervivencia nos debe inspirar la esperanza de que no todo está perdido. (O)