Mis amigos en el extranjero han cuestionado mi preocupación por el regreso de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. ¿No debería desvelarme en su lugar por lo que pasa en mi propia región? Aparte de obviedades como la postura del Partido Republicano ante la migración, que podría involucrar el regreso de compatriotas que se fueron del país desesperados por la falta de empleo, hay elementos de la agenda liberal que tendrán un impacto inmediato alrededor del mundo que nos deben inquietar a todos. Uno de ellos es la gobernanza de las redes sociales.
El martes 7, Mark Zuckerberg anunció que la corporación Meta, la dueña de Facebook e Instagram, eliminará su programa de verificación de datos; será remplazado con un programa de autorregulación en el que los usuarios pueden comentar sobre la falsedad de información compartida por otros. Es decir, los mismos usuarios que tienen la posibilidad de publicar información falsa estarán a cargo de identificarla y denunciarla, como sucede en X, la plataforma de Elon Musk.
No es una decisión gratuita. La agenda que promueve Trump se alimenta de medias verdades y mentiras abiertas difundidas ampliamente en las redes sociales que un importante sector de la población usa como fuente primaria de noticias. Y Zuckerberg, presidente ejecutivo de Meta, ambiciona tener políticas gubernamentales favorables para continuar multiplicando sus ingresos. Para ello, ha cambiado su postura frente a la gestión de las redes sociales de su propiedad y se ha acercado al próximo presidente estadounidense hasta el punto de integrar a su aliado Dana White en el directorio de Meta.
¿Cuánto nos debe importar que todo esto ocurra? Quienes no nos tomamos cloro durante la pandemia creyendo que es un antídoto contra el virus de COVID-19, pero conocemos a alguien que lo hizo, hemos sido testigos de los extremos a los cuales llegan las creencias compartidas por internet. La evidencia muestra que no podemos dejar el control sobre la difusión de información en manos de las mismas personas que cayeron presas de convicciones fácilmente refutables. Más aún, si las redes sociales no se manejan de forma verdaderamente autorregulada.
El libre intercambio de ideas, que tanto defienden Trump, Zuckerberg y el dueño de X, Elon Musk, no es tal si quien crea el algoritmo del que depende el flujo de noticias en redes sociales tiene una agenda personal y corporativa que se fusiona con la red social de la que es dueña. Además, quien tiene suficiente poder económico para manipular las tendencias usando bots con fines maliciosos puede promover ideas peligrosas que solo un humano puede detectar.
Por ejemplo, la semana pasada, Karen Attiah, columnista de The Washington Post, reveló un intercambio absurdo con Liv, un personaje de inteligencia artificial de Meta. En cuanto se hicieron públicas las respuestas de Liv, la corporación la eliminó, pero eso solo fue posible porque una persona con la debida capacidad e iniciativa pudo poner a prueba a Meta. Por esa simple razón, no se puede dejar en manos de usuarios aleatorios la información que la gente común usa para tomar sus decisiones. (O)