En una pendiente por la que se precipitan todos los valores éticos se encuentra el Ecuador y en esa misma pendiente se encuentra el antiguo respeto por las formas del bien hacer y el buen decir. Cuando pasen los años, la liberación de Jorge Glas Espinel será la mancha símbolo de esta época; esa mancha cubrirá a todos los poderes del Estado y aumentará el escepticismo con el que la juventud contempla la política y por el que se niega a participar en ella. Este hecho por su significación hace que parezcan menores otros que por sí mismos son repugnantes y afectan a instituciones básicas para la confianza y seguridad ciudadanas. Esto irá de la mano con el fracaso de la extradición a Rafael Correa por el requerimiento tardío del presidente de la Corte Nacional, quien tratará de descargar su responsabilidad en nuestra Embajada en Bélgica –que me parece no ha actuado muy diligentemente–, es decir, en la Cancillería.

Contemplamos una Asamblea Nacional que no funciona y cuya nueva mayoría busca su control; lo está intentando a través de una llamada Comisión multipartidista en la que los partidos dizque representados niegan estarlo y los que integran la Comisión para investigar a la presidenta ya tienen resuelta su sentencia o informe condenatorio. Al menos deberían guardar las formas. A eso seguirá la comisión de la verdad, la toma del Consejo de Participación Ciudadana, la designación de contralor y fiscal. El Ejecutivo se verá maniatado. Presintiéndolo, el presidente acaba de amenazar a sus opositores con la muerte cruzada, como lo hizo al inicio de su gobierno. Tanto repetirla, se va consolidando en la opinión pública la idea de que la muerte cruzada es inevitable, como lo hemos sostenido algunos. El presidente usa este recurso constitucional como una amenaza, en vez de recurrir a él como un recurso político de fondo; si se recurre a ella simplemente como un contragolpe no será suficiente, porque lo que hay que cambiar es la defectuosa estructura constitucional que nos ha conducido inexorablemente a la descomposición nacional, a la anarquía. Si alcanza estas metas; si proclama la ilegalidad de la liberación de Glas; si ordena que la Policía lo conduzca a su prisión en Latacunga, pues entonces recuperará el respaldo de la mayoría anticorreísta con cuyo voto ganó la elección presidencial, y que, actualmente, lo tiene perdido. Se trata de devolver la fe a los que la han perdido. La nueva mayoría de la Asamblea no tratará de destituir al presidente de la República, lo necesita para cubrir las apariencias. Al menos no buscará destituirlo por ahora. Recordé, en artículo anterior, de manera sintética, lo dicho por Maquiavelo; lo voy a hacer ahora de manera completa: “Una guerra no se evita, sino que se la difiere para provecho ajeno”. Hay que adelantarse, marchar con ritmo propio, actuar antes de que se hayan apoderado formalmente de la Asamblea y del Consejo de Participación. Tal vez, después, será demasiado tarde. Esto es lo sustancial; lo otro, las rencillas intrascendentes, de mal gusto, no solucionan nada, lo agravan. Hay que devolverle al debate político la trascendencia del pasado. (O)