Qué vergüenza y angustia a celebrar este día.

Las Naciones Unidas eligieron esta fecha para conmemorarla. Sin embargo, parece que no hay nada que celebrar, sí mucho que reclamar, que llorar, que clamar, que hacer, que sentir, que investigar, que abrazar, consolar, acompañar, cobijar.

Esa paz tan querida y deseada, esa paz que se nombra por muchos pueblos en los saludos y que religiones la incorporan en sus ritos. Paz que es una aspiración y un camino, una tarea, una construcción, una pasión y un anhelo.

Paz que se nos escabulle, paz que es una mentira, una blasfemia, una palabra vacía cuyos contenidos hay que inventar cuando la pronuncia como logro una boca inadecuada. Cómo explicar las múltiples violencias que ocurren en nuestro país, que se exponen de manera casi pornográfica por algunos medios de comunicación, en las redes, que se comentan en la tienda y en el transporte con lujo de descripciones. Cuando hablamos de pornografía pensamos en la exposición sin tapujos de actos sexuales depravados. Lo mismo sucede con la exposición de hechos violentos. Se muestran detalles, videos, escenas que en vez de producir horror a muchos los induce a la admiración y tienden a imitar, comentar, y hasta cantarla y ponerle música. Es regodearse en el estiércol de lo que somos capaces como si se tratara de una bandera que se despliega para admirar.

Una de las últimas violencias que ha conmovido al país se da en un recinto policial que es una escuela donde se forman los gendarmes, por eso es altamente simbólica, e interpela tan profundamente el tejido social en todas sus manifestaciones. Los encargados de cuidarnos nos matan y se protegen entre ellos. Y una red de mentiras y ocultamientos impiden conocer la verdad, mientras el sufrimiento de los familiares y de la sociedad entera crece y busca cómo encauzarse. Y las autoridades hablan de delitos de personas y piden que defendamos la institución. Lo hacen con distancia, con frialdad, desde el otro lado de la barrera, esa del funcionario.

No se puede ignorar los problemas, disminuirlos a conductas inapropiadas de unos pocos o de uno, no se puede normalizar la violencia, justificarla, porque las necesarias repercusiones y cambios que ameritan se desvanecen en la cortina de humo de yo no fui. Nosotros no fuimos.

Uno de los pilares de construir la paz anhelada es valorar la vida humana. Toda vida humana.

Cada vez más los jóvenes son víctimas de la violencia, pero son también victimarios. Ellos no han buscado la violencia, la violencia los buscó y se enquistó en sus vidas, porque hubo delincuentes que los utilizaron para hacer lo que desde las sombras ordenan. Y cumplen órdenes de segar vidas por 30 dólares.

Una joven que preparaba su mensaje para el 21 de septiembre, cómo poner un alto a la violencia, me dijo: tengo ganas de llorar. Llora le dije, quizás es lo que más falta nos hace, llorar juntos esta descomposición social, abrazarnos y hacer lo posible para mantener nuestra capacidad de amar, de admirar las cosas bellas de la vida, y comunicarlas, para darnos fuerza.

Observé su rostro e irradiaba una luz nueva, esa que a pesar de sus cortos años toca fondo en el horror y al mismo tiempo descubre emocionada la maravilla de la vida. (O)