No conozco a nadie de nuestro medio que haya leído alguna obra literaria de la condesa de Pardo Bazán a pesar de que sus títulos son muy numerosos tanto en novela, cuento, ensayo, biografía, periodismo y dramaturgia. Hoy, que España celebra el centenario de su muerte, me da por recuperar de mi memoria Los pazos de Ulloa (1985), su novela más famosa, y por revisar cuánto de notable tuvo la vida de esta singular señora.

Dicen que su marido –luego de un enlace tempranero y de triple maternidad– la acorraló con un “o tu matrimonio o la literatura”, porque se entregó con pasión a la escritura y a la vida intelectual, desde su natal Galicia con visitas constantes a Madrid y matizando su actividad con viajes por Europa. Ella eligió la literatura. Favorecida por título y fortuna propia, tuvo la visión para denunciar el cacicazgo, la hipocresía clerical, el analfabetismo que campeaba por los campos españoles.

Solo por sus convicciones emprendió luchas que hoy las mujeres le agradecemos: ser catedrática universitaria a inicios del siglo XX, aunque un solo alumno se inscribiera en sus cursos, persistiendo en la tarea para demostrar que era posible. Se reconoció feminista porque creyó que todos los derechos que tenía el hombre debía tenerlos también la mujer y escribió montones de artículos para visualizar los caminos por donde iba a transitar el sexo femenino. Antes de los conceptos de violencia de género, percibió que a las mujeres las mataban sus parejas amparadas en la pasión amorosa y que ese argumento dejaba libres a los asesinos.

Tuvo con Benito Pérez Galdós un vehemente amorío secreto del que hoy queda nutrido carteo. Los dos escritores ya famosos y muy leídos a finales del siglo XIX, en plena madurez, supieron ocultar su relación pero la dejaron por escrito, intercambiado juramentos de amor y conceptos literarios. Hoy toda esa correspondencia está recogida en un libro que nos permite espiar la intimidad y vulnerabilidad de esos dos grandes de la escena literaria española.

A los ecuatorianos debe interesarnos la cordial amistad que tuvo con nuestro polemista y genial Juan Montalvo. La biblioteca de doña Emilia tenía 500 títulos de autores latinoamericanos. Cuando leyó al ambateño escribió a un amigo para que le buscara un ejemplar autografiado, a lo que Montalvo respondió con El espectador y con carta donde confesaba reservarse de enviar Los siete tratados en respeto a la condición católica de su flamante admiradora. Así nació una amistad que tuvo un encuentro personal en París y una correspondencia de 17 cartas en las cuales hay confesiones intimistas, donde doña Emilia dice necesitar de la gimnasia de la escritura para contener “una imaginación y una sensibilidad… enfermizas”, donde queda una discusión sobre las corridas de toros que ella aprobaba y que Montalvo criticaba, y hasta una discusión humorística sobre el hecho de fumar, hábito de ella y acto repudiado por él.

Admirable mujer esta intelectual de fuste que quiso ingresar a la Real Academia de la Lengua y fue rechaza simplemente por ser mujer (para entonces, 1914, tenía decenas de libros publicados y pertenecía a 50 instituciones culturales). El dictador Franco se apropió de su casona y su biblioteca durante décadas. Felizmente hay tribunales que han rescatado esos tesoros para el patrimonio cultural gallego. (O)