Adolfo Macías sostiene un ritmo de publicaciones admirable, no solo por la diversidad y riqueza de sus títulos más recientes, todos con la editorial Seix Barral, entre los que se encuentran sus últimas novelas Precipicio portátil para damas (2014), Las niñas (2016), El mitómano (2018), Geografía del asombro (2020) y, la más reciente, Donde el sol pierde su reino (2023), que viene a ser la décima de sus novelas. Esta proximidad en sus creaciones, que he podido comentar en otros artículos, me permite recorrer lo que de Obra tiene el trayecto literario de Macías.

Cuando me refiero a Obra no aludo a un título en concreto sino al sentido de una secuencia que suma a la idea global de un autor. Sus inicios como novelista datan de 2001 con su primera novela Laberinto junto al mar. Entre sus constantes está la ubicuidad de artistas, músicos o escritores, enriquecidos por una variedad realmente asombrosa de personajes secundarios que no forman parte de esa bohemia, pero que inciden de manera decisiva por su extrañeza y marginalidad. En el concepto de mitomanía que abordó en su novela homónima está cifrada la disposición a la mitificación de los creadores artísticos. El protagonista entra en un proceso de sanación donde está implicada una constelación de personajes a su alrededor. También hay sanación en Donde el sol pierde su reino, y la hubo en Geografía del asombro, solo que aquí el espectro obedece a un colapso social por un terremoto, mientras que en Donde el sol pierde su reino se trata de las memorias de Carlos, un talentoso bailarín dominado por la adicción a las drogas.

Premio Alfaguara 2023

Resulta emblemático que las dimensiones de estas dos últimas novelas encuentran cauces diferentes para afrontar una problemática parecida de pérdida: la del individuo en relación a su sociedad. La crisis del terremoto puso en juego la mutua dependencia de los protagonistas, mientras que la adicción de Carlos queda circunscrita a un entorno íntimo, casi estrictamente familiar, donde los roles tienen una dinámica doble o triangular.

Hablar de adicción podría llevar a simplificar lo que precisamente esta novela vuelve más complejo y arduo. No se trata de corroborar una idea tópica respecto a la inestabilidad de un adicto que daría como para un manual de autoayuda. Por supuesto, los conflictos familiares, la inestabilidad laboral, la incertidumbre sentimental, el círculo próximo, son factores que predisponen hacia la adicción, y en la novela quedan sugeridos con precisión. Lo que no siempre se alcanza a ver es lo que de libertad tienen esos peligrosos puntos de fuga. Lo que liberan y lo que condenan al mismo tiempo, porque el exceso en el que cae Carlos le permite la comprensión de otros estratos y personajes de su entorno, pero también le cierran la continuidad y avance a su carrera. Las drogas abren la conciencia, deshacen convencionalismos, como él mismo dice, y arrojan “la descosida máscara social”. Pero el peaje para ese alcance de conciencia es demasiado alto y se vuelve contra él. Hay figuras tutelares en Donde el sol pierde su reino, como el caso de Alejandro Puma, el maestro despótico de la danza, que no libera a Carlos de su problema, pero cree en su talento a pesar de su inconstancia. El camino que seguirá Carlos para salvarse requiere tocar fondo, y curiosamente importa mucho que quien se lanzará a ayudarlo ha pasado también por un infierno.

Un encuentro con los cuentos de Sonia Manzano, poeta, narradora y pianista ecuatoriana

Una ficción no sigue las consignas de un manual o protocolo cuando toca temas visibles o urgentes de una sociedad. Macías sabe colocar, sin maniqueísmo, una mirada comprensiva sobre un problema humano que simboliza muchos otros. Eso es precisamente una novela: la posibilidad de hacer una doble lectura, tanto la literal sobre lo que se cuenta, como la alusiva, la que encierra otros sentidos que superan el tema evidente. Quizá por eso el arte como tema es el medio que equilibra la convención y la ruptura. Los personajes de Macías forman parte de esa ciudadanía de frontera. Y por eso necesitamos leer novelas: para dar salida a una imaginación que rompa barreras, advirtiéndonos de las consecuencias extremas pero sin dejar de sumergirnos en lo imprevisto. Para lograrlo no solo basta articular una historia de límites sino llevar el lenguaje al límite, para resquebrajarlo, para acerarlo. Donde el sol pierde su reino es la novela donde Macías ha alcanzado su mayor logro poético, verbal, asumiendo el riesgo de desequilibrar la arquitectura total de la novela. Geografía del asombro, su novela anterior, probablemente sea la más compleja y mejor lograda en términos de composición general, pero es en Donde el sol pierde su reino cuando la concentración en la voz del personaje –con la fuga añadida del delirio de su abuela con la que hace dueto en una parte del libro– lo lleva a unas profundidades en las que se palpa el riesgo y la labor de experiencia y distancia que ha realizado el autor.

De Alejandría a Aviñón, segunda parada

Ahora es posible decir que Adolfo Macías ha trazado una de las galerías más ricas y variadas de personajes dentro de la literatura ecuatoriana de los últimos veinte años. Esa capacidad de observación está matizada por una profunda comprensión de la mente humana, de sus angustias y carencias, de su deseo y necesidad de sanar, y Macías actúa en consecuencia hacia ese sentido catártico. Sin embargo, el arte siempre apunta un poco más allá, hacia un enigma que no puede racionalizarse, que necesita de ese riesgo sin mallas de la poesía, del delirio, que siempre asoman en las historias y derivas secundarias de Macías, y que probablemente esperan abrirse en canal y lograr esa ecuación donde se requiere la grandeza de la composición que resista el rebalsamiento del delirio, del lenguaje escurridizo de la visión, del misterio. Macías está ubicado en su mejor momento como escritor, y sigue buscando. No puedo menos que celebrar ese inagotable camino donde el novelista gana su reino. (O)