Hoy, 21 de diciembre de 2021, se cumplen cien años del nacimiento de Augusto Monterroso, conocido como el autor de uno de los cuentos más breves de la lengua española, El dinosaurio. Solo tiene siete palabras y una coma decisiva: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Más difícil lo tendríamos si reprodujéramos las 452 palabras de la definición que dio sobre el ensayo en su libro Literatura y vida. Y todavía más difícil sería clasificar a este escritor gigante que era el primero en reírse de sí mismo al punto que alardeaba de su estatura: “Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta. Desde pequeño fui pequeño”. Lo dice en su libro sobre las moscas que es Movimiento perpetuo.

Las señales visibles del talento de Monterroso fueron su humor, su cultivo de la brevedad y su habilidad para no quedarse en un solo género. En la decena de libros breves que escribió hay una novela fragmentaria (Lo demás es silencio), un diario (La letra e), un tomo de memorias que termina cuando cumple quince años (Los buscadores de oro), un libro de entrevistas (Viaje al centro de la fábula), un libro de semblanzas (Pájaros de Hispanoamérica), un libro de cuentos (Obras completas y otros cuentos), un libro de fábulas (La oveja negra y otras fábulas), y un par más de recopilatorios de ensayos titulados Literatura y vida (atención por la conjunción “y” en vez de la previsible adversativa) y La vaca.

Su movilidad también fue geográfica. De origen guatemalteco, nació en Honduras y vivió casi toda su vida en México. Creo que la mejor definición de su espectro literario la dio cuando contó que la biblioteca de Guatemala era tan pobre que no podía darse el lujo de adquirir novedades, así que se resignó a leer ediciones antiguas y anotadas del Quijote o a Baltasar Gracián en una primera edición del siglo XVII.

Solo lo vi una vez en la presentación de un libro suyo en la Universidad de Barcelona y ahora tengo la sensación de haber conocido a un clásico de la lengua española. Recuerdo en la primera fila de aquel auditorio a Enrique Vila-Matas escuchando atentamente. Y cuando recuerdo esa escena me da por pensar que Monterroso es una pieza clave en la historia de la literatura como descentrador de varios ejes que podrían resultar paralizantes por fijos y centralizadores: pienso en Borges y en los novelistas del boom latinoamericano. Monterroso se ubica al margen, y sonríe. Admirador de Borges, supo acercarse a él y alejarse a tiempo, basta leer su texto “Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges” (nuevamente en Movimiento perpetuo). Es un apasionado por la erudición tratada con humor y con un cierto desenfado o sprezzatura, es decir, como quien no quiere la cosa, Monterroso se nutre de los clásicos con una mirada contemporánea. El crítico ecuatoriano Wilfrido Corral, que le ha dedicado varios ensayos y fue amigo suyo, en el prólogo a la traducción norteamericana de Obras completas y otros cuentos, señaló que Monterroso es uno de los pocos escritores latinoamericanos del que su obra está hecha a la medida para una perspectiva comparada con la literatura mundial. Es un clásico por el logro perfecto de textos impecables que no agotan su expresión y que, desde mi perspectiva, han sido el puente invisible y paralelo por Borges y los novelistas del boom.

Si mencioné a Vila-Matas, podría también mencionar a Roberto Bolaño y recordar que en el cuento “El informe Endymion” (otra vez en Movimiento perpetuo) está “in nuce Los detectives salvajes. En ese cuento cinco poetas de Ecuador, Colombia, Argentina, Venezuela y Chile deciden en Panamá, el 22 de enero de 1964, comprar un auto y viajar hasta Nueva York al The White Horse Tavern, bar que frecuentaba el poeta Dylan Thomas al que admiran los cinco poetas. Recorren en tres meses toda Centroamérica liberándose de policías y militares, llegan al bar en cuestión, brindan, dejan una plaquita y, por las mismas, salen de inmediato de Nueva York.

También citaría a César Aira, que a diferencia de Vila-Matas y de Bolaño, quienes elogiaron explícitamente a Monterroso, dijo de éste que era un “Borges doméstico”, lo que exigiría una interpretación sobre las influencias, ya que se podría apuntar casi lo mismo de Aira, y que tiene más de mérito que de merma. ¿Quiero decir con esto que Monterroso ha influido a tres de los narradores más destacados de inicios del siglo XXI? Sí, eso exactamente. Podría también señalar influencias en Ana María Shúa, Fernando Iwasaki, Alejandro Zambra y tanto más. Es una influencia tangencial, liberadora, porosa y profundamente divertida. Monterroso supo no solo atravesar el siglo XX en medio de otros titanes (no olvidemos a su amigo Rulfo) y lo hizo ironizando sobre los escritores y con una erudición que no pesa, sino que enseña a jugar con el más estricto y suave rigor.

Me apena que a pesar de que uno de sus textos irónicamente se titule Obras completas y otros cuentos, todavía no dispongamos, dieciocho años después de su muerte, de un tomo único de sus Obras Completas o Reunidas. Busquen, no hay, solo un tomo de Alfaguara reúne sus cuentos. Lo seguimos leyendo en pequeños libros dispersos y fragmentarios, en hermosas ediciones de varios países, como se hace con los clásicos griegos y latinos, es decir, leído por partes, en fragmentos, siempre citado (por favor, no olviden la pausa de la coma si van compartir “El dinosaurio”).

Poco nos preocupamos sobre qué género literario leemos de Monterroso, porque lo que encontramos siempre es su estilo, con esa sprezzatura, como quien no quiere la cosa, ya lo dije, pero que en realidad es el talento de un escritor de prosa perfecta, minucioso para corregir y pulir hasta lograr lo espontáneo, para citar los autores más complejos de muchas tradiciones, y que fue él quien escribió de una vez y para siempre que la literatura no se hace con inteligencia sino con talento. (O)