En estos días en que, parafraseando al genial influencer argentino Jero Freixas, muchos están (los que pueden) o queremos estar (los que no podemos) “... cerrados por motivos mundialísticos...”, gran parte de la información que circula en los medios de comunicación y en las redes sociales tiene que ver con el Mundial de Fútbol que se juega desde el 20 de noviembre.

Y con el paso de los años, no cabe duda de que la óptica con la que los seres humanos miramos los mismos hechos, las mismas situaciones, va cambiando.

No solamente que la perspectiva no es la misma, que el análisis es diferente, producto de la evolución que experimentamos con el paso de los años y de todo aquello que nos ocurre y que nos alimenta en todo sentido, sino que además comenzamos a fijarnos en detalles, en matices, en movimientos y en pasajes que jamás habíamos notado antes. En situaciones que las rescatamos y que incluso las consideramos de mayor relevancia que las que siempre habíamos contemplado como las protagonistas.

En el caso del Mundial de Fútbol, huelga por evidente que el protagonista es el fútbol. Los jugadores, los colores de las selecciones, las estrellas y por supuesto, los goles, las asistencias, los años, las tapadas espectaculares, las celebraciones; es decir, todo lo que encierra a la magia del rey de los deportes. Esa adrenalina universal que mueve a miles de millones de personas alrededor del mundo y que, religiosamente, se juntan (al menos espiritualmente, a través de un televisor/computador/celular) cada cuatro años.

... llorando como un niño emocionado al cantar y escuchar el himno de su país, es uno de esos regalos que nos deja el Mundial...

Sin embargo, con menos protagonismo, pero no con menos relevancia, he encontrado el momento solemne del canto de los himnos nacionales de los países presentes en la cancha antes del inicio de los partidos del Mundial, como de aquellas mágicas postales de la Copa del Mundo.

Digo esto no solamente por la diversidad cultural y musical que implica escuchar y ver en escena a los diferentes equipos y sus hinchadas entonar a todo pulmón su himno nacional, como si estuvieran en el frente, con bandera, espada y escudo, ad portas de librar la batalla de independencia, sino, además, por los valiosos y positivos mensajes que aquellas imágenes pueden enviar al mundo, sobre todo, a las nuevas generaciones, tan necesitadas de estas.

Me refiero al amor por la patria, al sentimiento de pertenencia a un territorio, al orgullo de sentirse parte de una nación, a la importancia de vestir los colores de un país por encima del dinero, del poder o de la fama. Me refiero a valores. Sí, esos que están tan venidos a menos en estos tiempos en que todo es relativo.

Las imágenes del consagrado y multimillonario Cristiano Ronaldo, múltiple ganador del Balón de Oro y de la Champions League (y que se acaba de dar el lujo de renunciar a millones de dólares a cambio de quedar liberado de un club inglés), llorando como un niño emocionado al cantar y escuchar el himno de su país, es uno de esos regalos que nos deja el Mundial de Qatar 2022, que hacen que valga la pena el Mundial. (O)