Ya sea en el multiverso psicológico de William James o en el físico de Laura Mersini-Houghton y Richard Holman, los argentinos habitan al menos dos mundos paralelos. El de una santa Cristina Fernández de Kirchner, donde Mauricio Macri es un canalla, y el de Macri, empresario exitoso, donde los kirchneristas son la verdadera lacra del país.

En Cristilandia, el país de las maravillas, no hay agua en el pueblo de Formosa porque la prensa está inventando. El exsecretario de Obras Públicas de Néstor Kirchner, quien dejó como presidenta a su entonces esposa, Cristina Fernández, no escondió nueve millones de dólares en sacos porque eran mal habidos sino porque es lógico que la gente guarde dinero en efectivo para evitar la devaluación. Florencia Kirchner Fernández, investigada por la justicia, es víctima de los medios, quienes aducen maliciosamente que guardar millones de dólares en efectivo en cajas de seguridad implica que se esconde por alguna oscura razón.

En Macrilandia, el representante del lado opuesto del espectro político tejió una compleja trama de beneficios económicos a costa de perjuicios para el Estado desde antes de entrar al Gobierno. Los $ 296 millones que Sociedad Macri le debía al Estado por pagos pendientes del canon de concesión del servicio de correo en 2001 se licuaron o quedaron impagos, mientras que el Grupo Macri mantiene un reclamo millonario por indemnización debido a la confiscación de bienes de Correo Argentino S. A. Aunque fue Kirchner quien le retiró la concesión, varias empresas vinculadas a Mauricio Macri constan como pagadoras de coimas por contratos millonarios en los doce años de kirchnerismo.

Para la clase económica más nice, todo se resuelve en las cortes. Dilaciones y vericuetos legales, y quién sabe qué más, mantienen a salvo a varios involucrados en casos de corrupción. Como mucho llegarán a sujetarse a una detención domiciliaria como el expresidente de Colombia Álvaro Uribe. Los más chicheros, como Fernández y sus players, tienen un recurso adicional: victimizarse ante un supuesto lawfare (guerra política por vía judicial con el apoyo de los medios de comunicación) orquestado por sus “enemigos”.

Cristina Fernández, como Andrés Manuel López Obrador, Evo Morales, Luiz Inácio Lula da Silva, y sus funcionarios investigados por corrupción, son todos “luchadores incansables”, defensores del pueblo, patriotas. Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Gonzalo Sánchez de Lozada son menos dramáticos pero igual de astutos. Y todos son inocentes.

Como en Argentina no rige un verdadero Estado de derecho, los grotescos casos de corrupción que involucran a varios presidentes se quedan usualmente sin aclarar. Los resultados del modelo son conocidos: si se tapan los crímenes de cualquiera de los bandos, sufre el país entero. No hay club privado, colegio exclusivo o beneficios corporativos que compensen la cascada de efectos que trae la inseguridad jurídica, y es responsabilidad de la clase política impedirlo, aun si tiene que irse en contra de los suyos. (O)