Con menos porcentaje de votos a favor de lo que tendría un brócoli para terminar en un ají de gallina, Keiko Fujimori y Pedro Castillo pasaron a la segunda vuelta electoral en Perú.

Ante la falta de un candidato representativo, digamos que más cebolla o tomate, el futuro de ese país se debate entre los votos antifujimoristas y anticastillistas, unos y otros preocupados porque gane lo que en su visión es el mal menor.

Al mejor estilo populista, tanto Fujimori como Castillo ofrecen lo imposible.

Él, un millón de puestos de trabajo; ella, dejar de sonreír cada vez que la llevan presa (esta es solo una recomendación mía). Luego de las experiencias venezolana, brasileña, boliviana, salvadoreña y ecuatoriana, la desesperación peruana reverbera en la región y en la casa de Mario Vargas Llosa, antiguo adversario del fujimorismo, quien ha llegado a desear “fervientemente” que Keiko gane para que “salve al Perú”. No es para menos. Castillo, que sufre de osadía escénica, es decir, la pasión por mostrarse tal y como es, ha ofrecido tomar el relevo del llamado socialismo del siglo XXI.

Pero Keiko Fujimori, que estuvo en prisión trece meses entre 2018 y 2019, mantiene una acusación en su contra por lavado de activos y tiene en la mira casi estrictamente liberarse de los cargos, es decir, salvar la situación, no al país. Defenderla es análogo a proteger el statu quo que justamente llevó a Castillo a la recta final. Cuando ella habla de reconciliación, se refiere a amigarse con Mario y sus coidearios, no con el resto del país, el Perú rural, ese otro Perú, donde el fujimorismo derramó más sangre que la educación e inversión que necesitaba y merecía.

Para variar, la candidata de Fuerza Popular estuvo de acuerdo con los resultados preliminares, cuando iba ganando, y empezó a hablar de fraude solo cuando Castillo se posicionó como el favorito. Al grito de “el comunismo o yo”, gane o pierda Keiko buscará capitalizar sobre el miedo a los abusos que Castillo no dejará de cometer, utilizando cualquier argumento o amenaza que le sea útil.

Como profesor de primaria y sindicalista docente, Pedro Castillo probablemente aparece más cercano a los votantes que Keiko, especialmente en las zonas rurales y populares donde la campaña se basó en iniciativas locales, presenciales o a través de redes sociales. Lejos del imaginario nacional queda la multiplicidad de congresistas que se dedicarán a entorpecer o aupar a conveniencia las iniciativas del ganador.

Perú se encuentra en una grave crisis política desde hace años y no es insignificante que su inversión en educación esté correlacionada de manera negativa con el descaro de sus gobernantes.

Me pregunto si Pedro Castillo se atreverá a invertir más y mejor en educación, el ámbito que lo vio nacer como político, o preferirá despilfarrar al tiempo que robar, como es usual en nuestra región.

De lo que no dudo es que tendrá grandes delirios de grandeza, casi tan vastos como el sombrero que llevó en campaña, que le impulsarán a cometer errores obvios de principiante. (O)