En el 2016, con 19 años, fui elegida Reina de Cuenca. Un reinado nunca estuvo dentro de mis planes o expectativas, pero no soy del tipo de persona que se queda con el ‘qué hubiese pasado si…’ y creo que nada llega a la vida de las personas sin una misión superior. Ya había comenzado mi carrera universitaria en Derecho y tenía claro que quería graduarme cuanto antes para poder salir del país para una maestría.

Soy honesta y hoy estoy consciente de que no entendí en ese momento la importancia e impacto que implicaba esa designación. En buena hora no me tomó mucho tiempo entender la responsabilidad enorme que recaía en mí al ser presidenta de una fundación de ayuda social y asimilar que, en realidad, las fotos con una banda y una corona eran lo menos importante de todo aquello que estaba viviendo. Los planes iniciales cambiaron, abandoné mi carrera universitaria ese año, dejé de lado parte de mi vida social y familiar, me levanté a diario más temprano que nunca y descubrí que a los 19 el estrés podía consumirme.

Hay una Doménica antes y después de esa experiencia, fue como un curso intensivo para aprender a entender que con tan solo dar unos pasos más allá de mi entorno existían realidades que dolían tan solo al verlas, realidades que en algunos casos con un poco de interés y algo de recursos mejoraban ostensiblemente, otras que eran tan difíciles y dolorosas, que en muchos casos hacían que me sienta abatida e impotente al no lograr solucionarlas o al menos aliviarlas.


Cuando culminó mi periodo me quedé como apagada un largo tiempo, necesitaba recuperar fuerzas y recuperarme a mí en ese camino. No entendía por qué me incomodaba tanto la identificación casi unánime que la gente hacía de mí por ser ‘ex Reina de Cuenca’. Sentía que la Doménica se aplastó por una corona y que no tenía oportunidad de dejar ver otras capacidades, objetivos personales y mi compromiso con la comunidad. Quería demostrar que mis metas no tenían su cimiento ni su final en un reinado, que la imagen de fatuidad que para muchos tiene un reinado de belleza sí podía ser compatible con la lucha por algunas causas, entre estas la lucha por los derechos de la mujer.

Comencé de cero, arranqué el proyecto X ELLAS, con un evento presencial que se hizo unos días antes de que entremos en cuarentena en marzo del 2019; el mismo que con el tiempo se convirtió en JUNTAS X ELLAS, que hoy es mi bandera. Un proyecto al que se unieron dos compañeras y amigas de ideales: María Elisa y Bárbara.

En este camino que me ha ido introduciendo en el feminismo descubrí que este no es solo múltiple e imperfecto, entendí su interseccionalidad y diversidad; aprendí que es imperante hablar de feminismo desde todos los espacios en donde ejercemos un rol, que el feminismo no se hace solo con mujeres y que trabaja por todas, siempre.

Encontré mi razón de ser que me impulsó para salir de mi zona de confort y dar mi contingente y pasión para crear conciencia y crear espacios y oportunidades para cambiar una realidad obvia y dolorosa en el país y el mundo. Quiero asegurarme de que, desde cualquier espacio en el que elijamos estar, nunca nadie nos limite por la sola condición de ser mujer. (O)