La hora que más disfruto del día es el desayuno. Amo sentarme en el viejo y apoltronado sofá de la sala, contemplar por la ventana los mangles del Salado, las veraneras naranjas sobrevivientes de la cochinilla que mueven sus ramas florecidas. En la ventana, el centavito, los anturios que se animan a romper la tierra de sus macetas con sus rosadas flores y piden a las sábilas colgadas de cabeza con una cinta roja de los barrotes de la reja –mis vecinos sostienen que me protegen de las malas vibras– que también los protejan a ellos. Los olivos negros de la vereda dejan ver sus diminutas flores y esconden entre sus follajes unas espinas que alejan a los chamberos deseosos de instalar una cama en su follaje. Alrededor de las 06:30, Manuel deja en la puerta, enrollado en los hierros convertidos en bellezas artesanales, en ellos descubro figuras sentadas que se alejan o se separan según el ángulo desde el que las miro, EL UNIVERSO. Antes lo volaba por los aires desde su bicicleta. Desde la pandemia, esquivando a Cleo, la perra que no lo ama, lo ensarta en la puerta como un regalo.

Manuel debe rondar los 80 años y conserva la misma agilidad y destreza para zumbar el periódico a puertas y ventanas, así sea en el segundo piso. Hace parte de nuestras vidas y nuestro paisaje cotidiano, todos los días, llueva, truene o relampaguee, con sol, con viento, desde siempre, Manuel es nuestro canillita. Lo conozco hace más de 40 años, en feriados, en Navidad o fin de año, el periódico llega puntual a nuestras casas de las manos de Manolito, que nos cobra por quincena o por mes.

Ese ritual me pide levantarme a las 05:00 para abrir puertas y ventanas, saludar a las plantas, hacer alguna poda de emergencia, atender a Cleo y Miska que amanecen llenas de bríos y no logran aún dirimir sus diferencias territoriales, y prepararme un café que acompañaré con pan y tomate. Es un espacio de silencio, de disfrute, que acompaño con el periódico, sentada entre almohadones. Un deleite.

Lo abordo de atrás para adelante. Reviso la última página. Siempre trae buenas noticias. He aprendido a saber de moda, antes me parecía superfluo, ahora lo encuentro interesante. Y paso a los cómics empezando por Calvin y Mafalda. Condorito requiere mayor esfuerzo con su letra pequeña. Trato de resolver las adivinanzas para niños (¡!) y de reojo leo el horóscopo… Paso a pie juntillas los clasificados y leo los comentarios deportivos del fútbol, soy experta opinando, aunque nunca he visto un partido completo…

Luego y de una, voy a la página de opinión. Como todos tengo mis favoritos, a veces tomo notas, regreso a la información de cultura y me enzarzo en las investigaciones si las hay.

La crónica roja no existe para mí, la conozco de todos los días y no me provoca ningún placer leerla, y luego, al final, no de postre sino porque ya estoy lista para asimilarlas, las noticias de la política y su continua alianza con la corrupción, que termina, si no se está atento, anulando la alegría de vivir. Los domingos, La Revista es un plato fuerte que disfruto despacio.

Me gusta tener el periódico en las manos, pasar sus hojas. No es lo mismo la edición digital. No siento el olor ni aprecio la textura.

Gracias, señores y señoras de EL UNIVERSO, por existir. (O)