Les debo haber contado mil veces que yo nací en la era de los teléfonos con operadora, que el número de nuestra casa era el 143 y que la señorita telefonista era una chismosa. Les debo haber contado que a veces era preferible que alguien fuera hasta el consultorio de papá, rapidito en “ashcu trote”, a avisarle que se enfriaba la sopa, que llamarlo por teléfono. Les debo haber contado que la señorita telefonista retaba a los hablantes cuando les oía decir malas palabras y que a las primas Cassola no les pasaba la llamada porque vivían muy cerca: “Guambra vaga, no podrás bajar las gradas y verle a tu prima”, les decía con enfado antes de cortar la comunicación.

En la era de la comunicación los seres humanos hemos perdido la buena costumbre de comunicarnos. En la era de la globalización los seres humanos vemos para un solo lado y somos dueños de una sola verdad absoluta: la nuestra. Así son los políticos, los maestros, los curas, los vendedores. No importa si vendemos el cielo o comida chatarra, la paz espiritual o un viaje a la playa, todos tenemos una sola manera de mirar la vida, hemos perdido el sentido común y la capacidad de razonar.

Una persona me llamó a preguntar cuál era mi dirección, lo hacía de parte de una empresa que me quería invitar a su almuerzo anual. Confirmé mi dirección, pero nunca me llegó la invitación; sin embargo, un amigo me llamó para que fuéramos juntos. Cuando faltaba una semana para el evento en cuestión, me volvió a llamar aquella atenta persona:

—Señora Varea, ¿cómo está?, quisiera saber si recibió la invitación al almuerzo de la empresa y si va a asistir.

—Muchas gracias, señorita. No recibí la invitación y sí voy a asistir.

—¿Cómo?

—Que no recibí la invitación y sí voy a asistir.

—No le entiendo

—A ver, ¿qué me preguntó?

—Que si recibió la invitación al almuerzo y que si va a asistir.

—¡Exacto! Y yo le respondí que no recibí la invitación, pero que sí voy a asistir.

—Disculpe, no le entiendo.

—No se preocupe, usted dígales que pongan un puesto para mí y listo.

Lo grave es que los candidatos no son capaces de comunicar, o no saben lo que quieren decir, o soy yo la que no les entiendo, o nadie les entiende. Lo grave es que hay legisladores incapaces de comunicar: #AyPame, como la llaman los malos, intenta explicar por qué no hay que votar sí en la consulta y se enreda, se sale del tema, habla de entablar juicios políticos, se pierde, se va… Otro, apodado #BabyTorres por los mismos malvados, bloquea a quien no piense como él. Actúa como el caprichoso niño dueño de la pelota que se enoja y sale de la cancha cargado con su balón.

En el libro Arte de escribir, escrito en 1884, el P. José de Jesús Muñoz dice que para escribir bien hay que escoger los términos con exactitud, depurar el discurso de todo lo superfluo para que no haya equívocos “y que las frases construidas una por otras manifiesten sensiblemente el enlace y la gradación de los pensamientos”. En 2023 la incomunicación se ha apoderado de todo. Si alguien piensa diferente es por pendejo, no leemos lo que escribe, no escuchamos lo que dice porque hay una sola verdad absoluta: la nuestra. (O)