Humillar es hacer que una persona de cualquier edad, sexo, origen o condición se sienta gravemente vejada como ser con atributos y derechos por existir como tal.

No estoy preguntando si es justificable, que nunca lo debe ser.

Hay quienes humillan en entornos familiares, a la pareja y a los hijos. Los humillados pocas veces asumen la actitud de “no lo volveré a hacer (…)”, sino que o se allanan al maltrato, por miedo a mayores castigos, y/o reaccionan con violencia, para intentar dañar a quienes los agreden.

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En lo colectivo, en la historia de la humanidad, la humillación es una constante. Los campos de concentración del nazismo, los ghettos de población de color, o de población de ínfimos o mínimos ingresos son una realidad.

Se denuncia que en los Estados Unidos de América, en recientes meses, se multiplican los casos de acciones de policías con prácticas de humillación contra supuestos infractores, que han terminado con la muerte de aquellos a quienes se los está privando de libertad, porque se infartaron al recibir descargas con Taser -pistolas de cargas eléctricas- y otros vejámenes, violencia que conlleva riesgos de levantamientos de la población negra, porque dentro de esta está la mayoría de los muertos y lesionados.

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En El Salvador de antes del presidente Bukele -en junio del 2019 se inició su gobierno– la delincuencia se desbordaba. Él anunció y dirige un gobierno de profunda represión sobre decenas de miles de salvadoreños, sin evidenciarse que siempre son delincuentes, que con esa tacha son trasladados a centros de privación de libertad, por lo general incomunicados, en que solo excepcionalmente pueden recibir visitas. Son seres que no tienen hogares formales y deambulan en las calles viendo qué hacen para sobrevivir -lo cual también es visible en nuestras ciudades y en sectores rurales-, debiendo pagar sus familias sumas de dinero para que se alimenten, se vistan y tengan elementos de aseo, caso contrario no tienen cómo hacerlo en esos centros. Las imágenes en los patios de las prisiones son de impacto, seres en pantaloneta en carga montón que están encadenados. Ellos y sus familias para siempre humillados.

Condenar la humillación está muy por encima de lo ideológico, es respetarnos a nosotros mismos, no lo olvidemos.

En Nicaragua es una vergüenza. En febrero del 2023, doscientos veintidós opositores a la dictadura de Ortega y su cónyuge, incluyendo políticos, sacerdotes, estudiantes, activistas y otros disidentes fueron enviados a los Estados Unidos. El 16 de febrero un Tribunal de Apelaciones de Managua los sentenció: “Ordénese la pérdida de la nacionalidad nicaragüense de todos los acusados”, refiriéndose a ellos y a otros “procesados por traición a la Patria”, como el obispo Rolando Álvarez, quien estaba recluido en su domicilio, pero se negó a salir del país y fue trasladado a prisión y se lo condenó a 26 años de años de reclusión.

Muchos países han ofrecido su nacionalidad a los supuestos “apátridas”. Guillermo Lasso le ha ofrecido la ecuatoriana al escritor Sergio Ramírez. Los gobiernos de España, México, Argentina y Chile han formulado similares invitaciones.

Condenar la humillación está muy por encima de lo ideológico, es respetarnos a nosotros mismos, no lo olvidemos. (O)