Es un cruce lleno de vida por donde pasan madres e hijas en bicicleta, chicos con mil piercings de camino a un concierto, obreros regresando del trabajo con música en la radio y cervezas en la cajuela, camiones de mudanza en esta ciudad donde gente de todo el mundo va y viene (viene más que va). Frecuento ya casi dos décadas ese cruce por varias razones: solía haber un anticuario donde los tesoros bibliográficos se ocultaban en laberintos de estanterías, muebles y alfombras mágicas, todavía hay un supermercado donde hago compras y junto a él un lugar icónico de Leipzig: hoy bar-restaurante, sala de conciertos y Biergarten, desde su construcción en 1890 la impresionante cúpula del Felsenkeller ha sido testigo de conciertos, bailes y hasta mítines del movimiento obrero liderados por mentes brillantes como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, asesinados en 1919 por paramilitares ultranacionalistas.

Pelilargos

Para quien explora los barrios occidentales de Leipzig (la zona hip de la ciudad con sus canales entre edificios industriales convertidos en estudios de arte, cines, cafés, lofts y tiendas vintage) es imposible no detenerse ante la cúpula neobarroca del Felsenkeller. Y basta con cruzar la calle para encontrarse con una enigmática esquina que durante años parecía abandonada: un solar tomado por la maleza donde llaman la atención las hileras de piedras rectangulares que los gatos y niños del barrio recorren cual artistas de circo trazando lo que alguna vez fueran los cimientos de una construcción. En esa extraña esquina apareció un buen día del año 2020 un memorial de hierro que revelaba esta inquietante historia: la mañana del 18 de abril de 1945, el último día de la guerra en Leipzig, las tropas estadounidenses avanzaban desde el oeste hacia el centro de la ciudad. En el cruce de Zschochersche Straße y Karl-Heine-Straße, uno de sus tanques fue alcanzado por el proyectil disparado desde el lado del Felsenkeller. En el tanque en llamas murieron cinco soldados estadounidenses. También fallecieron los atacantes, dos jóvenes miembros del Volkssturm (milicias civiles pronazis).

Alada esencia

Siete muertes absurdas que se sumaron a las millones que dejó esa guerra. Una guerra donde en lo que fueran fábricas de juguetes se producirían llantas para vehículos militares y donde un día se hilaran bellas camisas blancas se producirían paracaídas para pilotos de bombarderos asesinos. Una guerra que empezó con la confusión moral de un pueblo que se echó en brazos de un líder que les prometió hacer a Alemania great again. En el diario de un demócrata alemán de 1933, una frase evoca lo que pensamos tantos ante la reciente tragedia estadounidense: “¿Cómo es posible que un pueblo elija a un ser tan impulsivo y primitivo para gobernarlos?”. La respuesta a esta pregunta no es un misterio y las consecuencias ya las hemos vivido. Y es que la historia no son palabras embalsamadas entre las páginas de un libro, son cicatrices en las calles de las ciudades, en la memoria individual y colectiva, y deben conservarse como señales de advertencia y guías para el futuro, pues la sabiduría solo bendice a quienes reconocen, recuerdan y rectifican sus errores. (O)