La materia prima fundamental para la elaboración de chocolates son los granos de cacao, partes del fruto de un maravilloso árbol tropical cultivado con esmero en Ecuador por grupos familiares de inaceptable pobreza, en reducidas superficies que suman 600.000 hectáreas, mayoritariamente costeñas. Deberían tener ingresos suficientes para mantener un nivel de vida sin apremios ni dificultades, siendo un sector con altas potencialidades como para dar el gran paso al desarrollo pleno, así esté constituido por microempresarios sin organización efectiva, que claman un valor justo por sus cosechas, base para sostener una actividad privilegiada con facturación anual superior a 120.000 millones de dólares.

La industria y el comercio sustentados en la pepa de oro son cada año más prósperos, sin inmutarse por temporales descensos como los ocurridos durante la pandemia y la guerra cruel; entregando apenas entre el 3 y 5 % de sus ingresos a los agricultores, auténticos y legítimos protagonistas de la basta cadena, empañada cuando se abastecen del bien resultante del trabajo de niños con prohibición absoluta de hacerlo y de adultos compensados al peor estilo de la época de la esclavitud, irrogando además irreparable daño a la naturaleza por el desbroce de árboles testigos de esa historia de dolor vigente en regiones del continente africano, condenada por la mayoría de naciones civilizadas, aún registrados en los dos principales proveedores mundiales, Ghana y Costa de Marfil, en escenarios pintados por medios informativos que sacudieron la conciencia mundial.

Ecuador, tercer productor del orbe, ha realizado correcciones, pues sus empresarios grandes o pequeños no exhiben esas aberrantes prácticas. El Estado es un celoso vigilante de que se cumplan las normas sociales y ambientales que priman y protegen al trabajador cacaotero, pero carece de un mecanismo verdadero para reducir el desequilibrado reparto de réditos, origen de la penuria campesina que podría ser abatida transfiriendo solo unos pocos centavos del precio al consumidor de una apetecida barra de chocolate a favor del sembrador y sus trabajadores. Bastaría ejecutar una acción firme y concertada entre Estados afectados.

El país ha abierto sus puertas con exoneraciones tributarias a transnacionales con inversiones exiguas favorecidas por el bajo costo del dinero, que no procesan internamente, solo compran el grano limpio y seco, embolsan y embarcan, en desleal competencia con nacionales que han logrado imponer con sacrificio una marca país, algunas con la virtud de elaboración artesanal, que avizora un horizonte prometedor de llegar a valorizarse debidamente la denominación de origen que distingue al ecuatoriano “cacao de arriba” demandado por poderosos grupos, con la calidad suficiente para preparar exquisitas colaciones para exigentes paladares sibaritas.

Este artículo ha tomado cifras estadísticas del reporte sobre la “cadena de valor del cacao en Ecuador, CIRAD, FIBL”, preparado por un equipo interdisciplinario extranjero y por compatriotas para la Unión Europea, DG-INTPA, en asociación con Agronatura, cuya lectura y análisis es altamente recomendable. (O)