Caminar por la ciudad es reconocimiento. Un ejercicio etnográfico que, en ocasiones, nos llega por nuestra naturaleza curiosa. El merodeo se vuelca hacia la observación pausada e inquisitiva. A veces, destaca lo visible y lo discreto. Claro está que son momentos que escapan de nuestra rutina y que, buscando mero entretenimiento, pueden derivar en una auténtica exploración. En esa sintonía con el mundo externo removemos pasados y construimos el transcurso de nuestro quehacer paseante.

Qué hacer con los olvidos involuntarios. Cómo se hacen presentes personajes significativos en la memoria viva de nuestro mundo local. En cualquier entorno, la memoria colectiva se refuerza en estructuras tangibles y cuyas muestras más visibles son los monumentos, esculturas o nombres de plazas. En Guayaquil existen varios puntos donde se aviva el conocimiento histórico para vincularnos con nuestros espacios. Sin embargo, esos sectores muchas veces invisibilizan a las protagonistas que año a año son recordadas por los historiadores en las correspondientes revisiones de los hechos emblemáticos.

Quiero creer que hay sitios en donde encontramos monumentos dedicados a las hermanas Garaicoa: Ana, Francisca, Joaquina y Manuela, reconocidas por la etiqueta histórica Las Madres de la Patria. La Fragua de Vulcano, ubicada en la plaza de la Administración, solo exhibe imágenes de los próceres y deja de lado a las mujeres que también intervinieron en la gesta independentista. Los monumentos dedicados a las mujeres son menores en número. Cuáles son las huellas tangibles que ofrecemos a las futuras generaciones. Construir ciudadanía significa también salirle al paso a los vacíos y relatos visuales que construimos en nuestras urbes.

¿Por qué privan a niñas y niños de conocer referentes femeninos y de interrogar el pasado de manera equilibrada? Se acostumbra la mirada solo a modelos masculinos que van creando narrativas desiguales. En las ciudades se necesita contar con más representaciones femeninas. El silencio es cómplice del olvido. ¿Acaso las nuevas generaciones no merecen inspirarse en imágenes como las de Manuela Sáenz, Matilde Hidalgo o Nela Martínez? Sueño con memorias que salgan al paso a los transeúntes y que despierten el interés por figuras que rebasen las tendencias de los influencers del momento. Aunque soy consciente de que no vivimos en los mejores tiempos para salir a explorar nuestro alrededor, el paisaje urbano debe integrar a las mujeres. En esta tarea pendiente para las autoridades y para la labor educativa se necesita una acción reparadora.

La imagen masculina de los Padres de la Patria subordina a las mujeres de nuestra historia. Usualmente los libros de estudios oficiales anulan nombres femeninos e identidades diversas. Hay que agradecer los trabajos de historiadoras que, como Jenny Estrada en Mujeres de Guayaquil y Ana María Goetschel en Re/construyendo historias de mujeres ecuatorianas, visibilizan múltiples acciones de mujeres del país. Estos libros están disponibles para desafiar relatos universalistas usualmente asociados al mundo masculino. (O)