Cuando la Corte Constitucional dio paso al enjuiciamiento político del presidente de la República, Guillermo Lasso, hizo que los asambleístas se convirtiesen en jueces de derecho y la duda que se impone es si será realmente un juicio que, según la primera acepción del diccionario de la Real Academia Español (RAE) es “facultad del alma por la que el hombre puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso”.

Los jueces deben ser personas caracterizadas por tener probidad, imparcialidad y conocimiento.

La probidad les permite actuar con buen criterio y honradez, la imparcialidad los obliga a no preferir a uno en perjuicio de otro y el conocimiento los obligará a investigar la verdad de los actos que juzgan para no cometer errores o injusticias. Ser juez es difícil y ser buen juez más cuando el que juzga en una sola instancia causa estado. No hay a quien recurrir la sentencia de un juez supremo. En este caso, es la Asamblea Nacional.

Respecto de la calidad del legislador, Rousseau decía que los legisladores deberían tener “una inteligencia superior que viera todas las pasiones de los hombres y que no tuviera ninguna de ellas (…) en fin, que, labrándose una gloria lejana en el progreso de los tiempos, pudiera trabajar en un siglo y disfrutar en otro. Para dar leyes a los hombres, harían falta dioses”. Algún compasivo lector se preguntará si este columnista está loco porque copia palabras de un hombre del siglo XVIII y que pierde su tiempo. Puedo contestar recordando que el ginebrino es uno de los filósofos más importantes de la Ilustración, que con sus ideas formó el sustento de las democracias actuales. Si están muy criticadas en estos días no es porque las ideas esenciales son erradas, sino porque no practicamos las virtudes que exige.

También escribo estas ideas en un atisbo de esperanza, de considerar que hay en el parlamento actual legisladores que pueden revisar sus ideas y tomar las antes escritas como sustrato en que basar sus decisiones. Hace bien recordar conceptos que se aprendieron en los años de formación o que no se conocieron por la mediocridad de la enseñanza.

Los jueces deben ser personas caracterizadas por tener probidad, imparcialidad y conocimiento.

Puedo ser un iluso, pero este artículo se publicará el Viernes Santo, que contiene la esperanza de que habrá resurrección y que la verdad, sea la que fuere, inspirará las decisiones de los jueces.

La alternativa es adoptar la posición de verdugo, el que ejecuta sentencias dictadas por otros. El verdugo no decide, solo ejecuta. Su triste y cruel papel es dejar caer la segur sobre el cuello del condenado. El verdugo no investiga. Otros deciden por él. Los sicarios de hogaño son verdugos en motocicleta. Alguien les paga para que maten.

Los legisladores son jueces que deben escoger. El juez penal resuelve según su íntima convicción. Discierne, analiza pruebas, se entera de lo que no sabe, también las órdenes que hubiere recibido y las compara con sus convicciones personales y la justicia.

Finalmente, los jueces, que también son políticos, deben tener en cuenta lo que conviene al país. Estamos amenazados por las mafias criminales que pueden comprar todo y por la anarquía propia de los tiempos revueltos en que nos ha tocado vivir. Ya lo dijo el Resucitado: la verdad nos hará libres. (O)