El 1 de julio pasado murió Ismaíl Kadaré (1936-2024), escritor de origen albanés que ha producido algunas de las novelas más notables del siglo XX y que serán leídas por cientos de años más para continuar asombrándonos de lo que los humanos somos capaces de hacer y decir cuando nuestro cerebro y nuestro corazón están roídos por la ideología y el sectarismo. No en balde a Kadaré le tocó construir buena parte de su obra en la Albania comunista del implacable y malvado régimen de Enver Hoxha. Utilizando todos los artificios del verso y de la narración, Kadaré realizó una sostenida tarea artística de enfrentar el totalitarismo.

Una de sus primeras novelas traducidas fue El general del ejército muerto (1963), que cuenta la insólita pero verídica historia de un general italiano enviado por su gobierno en busca de las fosas de los soldados caídos en tierras albanesas en la Segunda Guerra Mundial. Este personaje irá amontonando huesos en unos sacos y esta imagen es suficiente para transmitir las secuelas horrorosas de las guerras. En forma de ensayo, Esquilo el gran perdedor (1985) se pregunta cómo puede seducirnos tanto un autor del que solo conocemos aproximadamente el 8 % del total de su obra, pues la mayoría se ha perdido.

Al pie de la letra, duda

¿Por qué arde Troya?

Esquilo, padre de la tragedia griega, recoge, según Kadaré, la angustia, la culpabilidad y el arrepentimiento por el crimen que para los griegos fue el haber borrado a todo un pueblo, el troyano, con una saña pocas veces registrada en la historia de la humanidad. El ocaso de los dioses de la estepa (1978), con rasgos autobiográficos, relata el aprendizaje del joven autor en el Instituto Gorki de Moscú, en los años en que el escritor Borís Pasternak fue perseguido y descalificado por el régimen estalinista. El personaje, mientras juega tenis de mesa y tiene una aventura romántica, va desnudando la mendacidad del realismo socialista.

Para hablar del presente, Kadaré recurre frecuentemente al pasado, como sucede en la novela El expediente H. (1982), una divertidísima novela en la que unos académicos neoyorquinos investigan –para abonar argumentos sobre la Ilíada y la Odisea– cómo los rapsodas albaneses podían memorizar cantos larguísimos. En todas estas novelas los personajes sufren un ambiente social de secretismo, delaciones y sumisión por parte de funcionarios estatales, ya sea que estén en un reino, en una república o en un tiempo de leyenda. Tres cantos fúnebres por Kosovo (1998) junta el siglo XIV con los conflictos balcánicos de hoy.

El Palacio de los Sueños (1981) es una novela muy leída y retrata un reino en el que existe un inmenso y complejo aparato burocrático que registra, analiza e interpreta qué sueñan sus habitantes con el fin de proteger al gobernante y mantenerlo en pie. Casi toda la obra de Kadaré tiene dos fechas de redacción, pues a partir de 1990 el escritor pudo corregir muchas de sus obras que se habían cuidado de la censura oficial. Ramón Sánchez Lizarralde ha sido el traductor que, con cuidado y pasión, nos ha hecho conocer la obra de este clásico que bregó por que la literatura sea el terreno absoluto de la libertad, aunque el poder se incomode. (O)