Gerontofobia significa miedo a los ancianos. Al igual que la xenofobia y pasiones afines, es un miedo activo y agresivo. No es algo raro ni nuevo. En numerosas culturas primitivas, en periodos de hambre, se sacrificaba a los viejos; muchos casos están documentados. La persecución de la brujería en todo el mundo se ensañaba en ancianas indefensas, a las que se acusaba supersticiosamente de causar daños con malas artes. Afortunadamente en la mayor parte de países, sobre todo a partir de la Revolución Industrial, estas prácticas aberrantes se han hecho excepcionales y se las condena vigorosamente. Sin embargo, desde el fin de la Guerra Fría, por poner un hito, la sociedad moderna se encuentra con el fenómeno inédito de una invasión de gente vieja, que vive más y se conserva mejor que sus antepasados de cualquier siglo. La medicina occidental racional y científica obró el milagro de aumentar la esperanza de vida en más de veinte años. Vacunas, antibióticos, anestésicos y fármacos específicos, junto con avances en la cirugía, tratamientos y la educación en hábitos saludables, incrementaron la calidad y la duración del lapso vital.

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¿Qué hacer con estas personas? La respuesta parece obvia: dejarlos vivir en paz, disfrutando de estos años que la razón humana añadió desafiando los mandatos de las divinidades o de la naturaleza. Muchos viejos, precisamente los más creativos y emprendedores, quieren seguir trabajando, aportando con su sabiduría y conocimientos a la marcha de la sociedad. No dije sabiduría y conocimientos como una redundancia involuntaria ni es una fallida reiteración voluntaria. Son cosas distintas, los conocimientos son un acervo de datos, de información, de técnicas, son el manual de uso de la realidad. La sabiduría deriva de una buena formación, que va más allá de la instrucción técnica y de la experiencia, que va más allá de haber trabajado aplicadamente por décadas. Es haber entendido la vida y el mundo, pero sobre todo al ser humano. Existen jóvenes dotados de sabiduría y viejos con conocimientos vigentes. Excluir a unos u otros nunca es sabio, ni informado.

A partir de los famosos años sesenta, mi generación debe reconocerlo, comenzó a privilegiarse el ser joven por el mero hecho de serlo. Quienes enarbolaron las banderas del jipismo y de la liberación descubrieron sorprendidos, tres décadas después, que envejecieron. La revolución digital de los noventa, que todavía no termina, nos dejó en offside. Los jóvenes de la burbuja puntocom decían necedades como “desconfía de quien tiene más de treinta”. Estos mismos ahora, cuando empiezan a atravesar el medio siglo de edad, en la era de la llamada inteligencia artificial, oyen sandeces similares. Excluir a los mayores está de moda, es una teoría administrativa y hasta la ideología oficial de ciertos gobiernos. Es un atado de creencias sin aval técnico ni científico, una insensatez que discrimina no a una caterva de momias, sino a la generación de mayores más grande y mejor formada de la historia. Quienes piensan así están aquejados de una demencia juvenil, frecuente por otra parte, que olvida el futuro, en el que les espera ineluctable la vejez. (O)