Estuve casi una semana en la provincia de los colores verdes con decenas de matices que hacen de ese color un arco iris. El viaje de Quito a Esmeraldas es un deslumbrante recorrido por paisajes, perfumes y sensaciones que hacen del camino una emocionante sinfonía. Y desde la Costa, un elogio a las planicies y carreteras bien mantenidas y señaladas. Con sus nombres pintorescos y sus mil maneras de hacer negocio.

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Pero a la vez constatamos que estamos en un país en guerra, consumido por el miedo. Pueblos y ciudades donde los conductores manejan como huyendo y suspiran aliviados cuando superan los enclaves de asaltos, muertes y extorsiones. Hay que recordar la frase de Hannah Arendt: “Vivimos en tiempos oscuros, donde las peores personas han perdido el miedo y las mejores han perdido la esperanza”.

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Entrar a Esmeraldas, pasando por Quinindé, es un suplicio. La carretera está rodeada por carteles de “se vende” o simplemente negocios abandonados. Por momentos los vehículos no se sabe si van o vienen, pues quedan en diferentes posiciones según el hueco que han sorteado o en el que han caído. Ver los tráileres en caravana, protegiéndose unos a otros, produce zozobra. La cárcel con militares y policías camuflados, a pocos metros de una refinería obsoleta que es una amenaza constante, ofrece pocas posibilidades de aventurarse en el turismo. En esa Esmeraldas amada y olvidada, en su mayoría habitada por los descendientes de la madre África, casi despreciada por las autoridades y el resto del país, se dan procesos que son un imán de innovación en la construcción de convivencia.

Un pequeño ejército sobre todo de jóvenes profesionales, a través de Nación de Paz y otro con los voluntarios de Cáritas, se moviliza por toda la provincia con entusiasmo y efectividad. Hay otros actores. Pero estos, específicamente, forman y aportan en la construcción de la paz, considerada tarea por la equidad y la justicia, el entendimiento, la escucha y la creatividad en equipo. Por la ayuda oportuna y el socorro a quienes están amenazados. No solo hacen falta militares y policías, también hace falta una comunidad comprometida en avanzar, apoyándose en la educación, en la democracia interna y la generación de empleo.

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Durante este año han celebrado el congreso Edupaz, que ha movilizado a casi 3.000 docentes de Esmeraldas, San Lorenzo, Atacames, Muisne, Quinindé, Eloy Alfaro, Chamanga en largas jornadas, partiendo de la realidad de miedo que la población vive, con enfoque en la gestión del estrés, la atención a las emociones, la comunicación para el cambio social.

Están en los barrios marginales y los considerados más peligrosos con alrededor de 2.000 adolescentes y padres de familia, con líderes comunitarios, involucrados en talleres lúdicos y participativos en gestión de conflictos, economía popular y recuperación de su historia, mitos y leyendas afro esmeraldeñas, talleres de cine, de comunicación y no olvidan a los estudiantes de la Universidad Técnica Luis Vargas Torres, donde trabajan con 110 estudiantes.

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Cuando se realiza una intervención planificada, apasionada y continua, con participación de los actores sociales e institucionales que buscan cambios profundos, el futuro es un presente lleno de esperanza. (O)