Juan León Mera publica, alrededor de 1880, el artículo “La Reina de este mundo”. El texto tiene suerte y aparece en múltiples revistas ecuatorianas del momento. El ilustre ambateño refuta la noción, ampliamente difundida en la prensa liberal y mundial de entonces, de que en un mundo de creciente democracia e instituciones modernas el principio rector (la reina) es la opinión pública, la voz informada de la mayoría. Mera señala que esto es falso, que quien en realidad gobierna es la mentira: “¿Dónde no está su majestad la Mentira? ¿Dónde no se mete? ¿Qué no hace? ¿Qué formas y colores no toma? ¿Qué lenguaje no habla? ¿A quién no seduce y avasalla?”.

Alberto Brandolini es un experto informático. En 2013 expuso su “principio de la asimetría de la mierda”, donde explica cómo se gasta más energía en refutar estupideces que la pequeña cantidad de tiempo usada para producirlas. A esto hemos de agregar que las personas inteligentes aprenden con el tiempo a apreciar a aquel anciano que recomendaba llegar a la felicidad evitando discutir con necios o idiotas. Así, en tiempos de pandemia, menos de 15 farsantes han sido capaces de diseminar noticias falsas sobre cada aspecto de la crisis sanitaria mundial, desde negar la existencia del virus que la causa hasta inventar cuentos antivacunas por chips y ondas magnéticas controladas por cables telefónicos y millonarios perversos. Parte de las recomendaciones de estos interesados en propagar sus teorías es, justamente, que cada persona haga “su investigación propia”. Es decir, visiten sitios web de sus seguidores, los cuales contradicen a miles de científicos de todas las ramas de la medicina con sus formulaciones de teorías conspirativas.

A mayor cantidad de absurdos difundidos, menos personas refutándolos por valorar más su energía y tiempo. El resultado es un creciente porcentaje de la población que acepta mentiras y las defiende ayudando a difundirlas de paso. Los condimentos al potaje de desconfianza son la política y los intereses económicos empujando tesis clientelares, mientras aumentan las dudas ante las medidas de autoridades sanitarias y gubernamentales. Las erráticas decisiones de organismos internacionales también contribuyen a dar credibilidad a las falsedades tantas veces difundidas por redes sociales y medios de comunicación sensacionalistas. A menor formación en ciencias e historia, mayor facilidad de distribución de noticias falsas y mentiras. El asunto se vuelve más complejo todavía ante el aluvión informático y la ausencia de un sistema educativo que asuma la responsabilidad de formar a los estudiantes como consumidores responsables de noticias y de datos. Ni qué decir de algunos medios de comunicación que irresponsablemente deforman datos para crear audiencias maleables social y políticamente. Bien decía el autor de Cumandá: “Que alguna vez la mentira se haya dejado capotear por la verdad, no quita que su influjo sea la regla y su acción poderosa”, y añade: “¿Qué tal amiguito? Probado que hasta el cielo rinde parias a la susodicha reina, y pluscuamcomprobado que la señora opinión no es tal reina del mundo, ni siquiera de la República del Ecuador, donde suele opinarse tan poco y tan en falso”. (O)