Había una vez una niña afro descendiente del Oriente ecuatoriano que quiso conocer el mar. Esa fue la primera vez que su entrenador a los 11 años la llevó a competir en halterofilia en un campeonato nacional de niños. Walter Llerena le había enseñado apenas unos meses atrás la técnica para levantar pesas (en la antigüedad griega, se llamaba haltera al implemento de competencia, de ahí halterofilia: ‘amor a la haltera’).

Ella era una curiosa que seguía a su hermano al gimnasio, y el entrenador vio en esos ojos inmensos y sonrisa grandes posibilidades de ser una buena deportista. El problema era convencerla de competir tan pronto y viajar lejos de casa tan temprano… El campeonato era en la Costa, de modo que la atracción de conocer el mar fue parte de la estrella de esta niña, hoy mujer, que no ha parado desde su infancia de desafiar el destino de haber nacido en una familia pobre que tuvo que dejarla junto a sus hermanas en un internado antes de recuperarlas.

Su vida está narrada en un libro corto: Levanta como niña: la historia de Neisi Dajomes (Alemán, 2022). La última proeza que este mujerón consiguió fue ser la semana pasada la mejor del mundo. Ganó la competencia más técnica y dura del planeta, ya que, a diferencia de otras, compiten todos los países élite del Asia y resto del primer mundo y pueden hacerlo con más de una deportista por categoría. Por motivos extracompetitivos, tristemente relacionados con corrupción, trampas de dopaje y más, el levantamiento de pesas, que ha sido deporte olímpico desde el inicio de la Olimpiada moderna en 1896, está de salida... Lo que se traduce en que en esta ocasión, probablemente la última vez que veremos a la halterofilia en los Juegos Olímpicos, se presenten menos categorías y haya mucha más competitividad y esfuerzo para los pesistas. Neisi debió cambiar de categoría para poder competir; algo que usualmente lleva años lo hizo en menos de dos. Tuvo que superar lesiones y una serie de cambios en su vida luego de ser la primera y única mujer con un oro olímpico en el país.

Cada uno de sus logros constituye una hazaña casi imposible. Nuestro país no tiene referentes –populares o conocidos–, y mucho menos en el caso de las mujeres. Es increíble que, a pretexto de su oro olímpico, Neisi no haya pasado a ser el ejemplo a seguir, el orgullo de tener a una niña mostrando que no hay cielo ni límite a lo que se puede alcanzar. Es una mujer bella no solo físicamente, sino de espíritu, una historia de vida que si fuera contada en una película de Hollywood no sería creíble. A propósito, este año se estrenó el documental que relata parte de su historia en el contexto de la belleza donde creció y siempre vuelve: Shell. El documental se titula Neisi: la fuerza de un sueño (Yépez, 2023).

Esta semana vimos una fea propaganda gubernamental en la que dos niñas –sí, son solo de género femenino– se cuadran ante un militar. Pocas veces pueden encontrarse símbolos fallidos en un país tan lastimado de violencia y machismo. No dejo de pensar en la poca visión al no entender y difundir todo lo que Neisi nos viene enseñando desde hace más de 25 años, ella es el mejor referente y símbolo nacional. (O)