Uno de los problemas con el ataque aéreo de los Estados Unidos a Irán es su falta de objetivos claros. ¿Se busca afectar el programa de desarrollo nuclear de Irán, o se busca eliminar dicho programa por completo? ¿Se busca la caída del actual régimen teocrático iraní y reemplazarlo por otra dirigencia que, entre otras cosas, acepte las condiciones que Washington le imponga con respecto a dicho programa nuclear, o simplemente se busca destruir sus activos bélicos? ¿Estos bombardeos van a disminuir los conflictos en el Medio Oriente? ¿Son parte de una gran estrategia de paz? ¿Existe esa estrategia? En los últimos días se ha observado algo de confusión al respecto, inclusive dentro del propio Gobierno estadounidense.
Es preciso tener en cuenta, como ya lo han hecho algunos, que las ambiciones de energía nuclear de Irán no son recientes, ni siquiera se originaron con el advenimiento de la revolución del ayatolá de 1979. Hay que recordar que en 1953 los Estados Unidos e Inglaterra orquestaron un golpe de estado en Irán que facilitó el fortalecimiento de la monarquía y el regreso del último “Sha de Persia”, Mohammad Reza Pahlavi. Fue el Sha quien años más tarde sorprendió a sus aliados con la decisión (1974) de acelerar considerablemente un programa de desarrollo nuclear para fines civiles. Su justificación fue aislar a Irán de las crisis de los precios del petróleo. Pero en realidad lo que había detrás de esta decisión era su afán de elevar a Irán –que se proyectaba una nación en vías de modernización– a un estatus de prestigio.
Ni el propio Henry Kissinger fue capaz de disuadir a Pahlavi de detener sus ambiciones de convertir a Irán en una potencia nuclear. El Sha insistió en el derecho de Irán de alimentar sus reactores con combustible producido casa adentro, y a no tener que importarlo de alguna de las potencias nucleares, como Washington quería. Curiosamente, esta fue una de las restricciones y garantías que el actual Gobierno iraní terminó aceptando en el acuerdo internacional que lideró Obama en 2015. Un acuerdo diplomático de gran alcance y complejidad que sometía a Irán a severos controles, y que Trump optó por repudiarlo durante su primera administración.
Es decir, el nuevo régimen revolucionario de los ayatolás no hizo sino continuar con la política nuclear iniciada por el Sha, el ahijado de Occidente al que luego le dieron la espalda. Y, es más, no sería aventurado afirmar que de darse un cambio en el sistema político de Irán con motivo de los ataques aéreos de Israel y de los Estados Unidos, lo más probable es que el nuevo régimen, luego de unos pocos años, retome la carrera nuclear. Como lo van a hacer muchas otras naciones, especialmente luego de estos ataques. Basta comparar la inmunidad de Corea del Norte, gracias a su arsenal nuclear, con la vulnerabilidad de Ucrania, gracias a su decisión de entregarle a Moscú el suyo.
Los objetivos políticos de las guerras no se obtienen con solo ataques aéreos sino van acompañados de incursiones por tierra. ¿Está los Estados Unidos dispuestos a eso, luego de sus recientes experiencias en Iraq y Afganistán?
A los pocos meses de llegar al poder el presidente Trump ha descubierto que su promesa de campaña de no embarcar a Washington en conflictos exteriores no es tan fácil de cumplir. (O)