Mi graduación se atrasó un año por la huelga de la Universidad Católica de 1972, que detuvo los estudios durante meses. La carrera literaria ganó cambios de currículo cuando el sistema de año lectivo cambió al de semestres, desde entonces. Las materias generales, antes muy numerosas, sufrieron una reducción y se dio paso a mayores contenidos propiamente literarios. Pero, así y todo, tuvieron que pasar más años para dar cabida a la idea de que podía ensayarse escritura personal cuando se hacían los cinco años de licenciatura.
Recuerdo esta realidad académica al ponerme a pensar en las escritoras que han salido de las aulas de la Católica, reconociendo como tales a quienes publican libros de la literatura como arte (aunque la crónica puje por entrar en esas divisiones, y también cierto periodismo). Hay una bonita coincidencia en que los nombres femeninos afluyen, ahora que estamos en tiempos de feria de libros. Y me pongo a nombrar a varias: Carolina Andrade y Liliana Miraglia han publicado sus últimos libros –novelas cortas– en este año, han convocado casi a las mismas personas a sus actos de presentación y ha sido b@ez.es , que las ha publicado. Sus piezas son muy diferentes entre sí, pero tienen algo en común: un agudo sentido del humor. Viento fresco en medio de tanta narrativa rabiosa y herida. Se espera mucho de la conversación que tendrán el sábado para ver si triunfa la diferencia o la gracia.
Hubo una promoción en la que llegaron como compañeras varias estudiantes que hoy se dedican a fabular historias. María Fernanda Ampuero no fue profeta en su tierra y se radicó en Madrid, de donde se proyecta como escritora universal; María Paulina Briones es una de las mujeres más activas de la ciudad porque ha fundado un centro cultural y un sello editorial, es profesora universitaria a tiempo completo y estudiante eterna. Impresiona que en ese ritmo de vida ya haya publicado poemarios y libros de cuentos. El derroche imaginativo de Solange Rodríguez también se produjo desde las aulas, era alumna cuando circuló Tinta sangre (2000) su primer cuentario. Ahora recibimos con gozo su 10.° título El demonio de la escritura.
Tal vez la memoria me engaña, pero veo junto a ellas a Mariella Manrique, quien participó de los talleres de Miguel Donoso (y este nombre me obliga a mencionar a Gilda Holst, Livina Santos y Marcela Vintimilla que emergieron juntas en 1989 de un taller) publicó una novela y se prepara para presentar otra. Desde hace unos meses ha creado el programa virtual conmariellamanrique, donde exprime a sus invitados hasta la última gota de savia literaria.
Por edad, nombro al último a Mónica Ojeda, figura con la que se identifica al Ecuador en tierras distantes porque su circulación es enorme y su actuación no solo es creativa. Se configura como pensadora y analista de temas culturales.
Esta columna no sería completa si no recojo que poetas como Maritza Cino y Carmen Váscones son también graduadas de la Católica. En la madurez, Lucía Orellana nos sorprende, también desde el extranjero, con poesía. Aminta Buenaño es una autora importante de tiempos sin talleres ni prácticas universitarias. Puro proyecto personal.
Si de coincidencias hablaba, me da gusto invitar a la ciudadanía a oírlas a casi todas en la X Feria del Libro. (O)