El atentado terrorista ocurrido en Moscú, además de despertar la repugnancia global ante un hecho cruel e inhumano dirigido contra personas indefensas, niños y niñas entre ellas, ha puesto en evidencia algunas paradojas de la narrativa que acompaña a los episodios políticos violentos. Por ejemplo, la sospecha de la eventual responsabilidad del régimen de Kiev en el evento ha sido amplificada hasta el infinito en redes sociales, varias de ellas articuladas entre sí, pero también otras que expresan espontáneamente la idea de una conspiración internacional. En resumen, esas teorías han construido la imagen de un gobierno nazi, el de Ucrania, presidido por un judío, que recurre a unos extremistas islámicos para atacar a un país extremadamente poderoso.

La primera paradoja tiene que ver con la imagen de nazismo. La ideología del nacional-socialismo, que inspiró la guerra de Hitler, partía de la suposición de la existencia de razas superiores e inferiores, definidas por características biológicas y culturales. La genética moderna ha despedazado científicamente esa premisa, pero ella fue un artículo de fe para los nazis (nacional-socialistas) que invadieron el este de Europa con una campaña de exterminio de la población eslava, y en los años finales de la II Guerra Mundial asesinaron sistemáticamente a seis millones de judíos. La población de origen étnico hebreo era vista como una raza malvada, inferior y corrupta. Esa imagen era el cimiento de su ideología y el fundamento de la guerra que fue concebida como una epopeya racista. Un judío presidiendo un gobierno nazi protegido por estados pro Israel -los de Occidente- sería conceptualmente imposible para los mismos nazis.

¿Qué nos viene en el mundo?

La otra paradoja de la narración conspirativa es que este “gobierno nazi”, presidido por un judío al que lo ven apoyado por el sionismo internacional, use cual marioneta a una organización radical islámica con decenas de miles de adherentes, fundada hace 20 años y constituida por estructuras que operan en el Asia, el Oriente Medio y África, una de cuyas facciones, ISIS-K, que opera en el Asia Central, afirmó su responsabilidad en el atentado terrorista. Ser un instrumento de Ucrania y Occidente sería una contradicción estratégica gigantesca, una decisión desprovista de toda racionalidad, de toda lógica militar y política para ISIS, el Estado Islámico, entidad profundamente antiisraelí, en circunstancias en que el gobierno de Tel Aviv masacra a civiles palestinos todos los días.

Difícil escenario

Neonazis existen en todas partes, y muchos en Europa (incluyendo Rusia y Ucrania). En algunos países los partidos de la ultraderecha acogen visiones xenofóbicas, que apenas disimulan el racismo, y otras radicalmente reaccionarias, antiliberales en lo moral, que interpelan las tradiciones más retardatarias del siglo XX. Esas formaciones rechazan la institucionalidad europea y resucitan un nacionalismo arcaico. Su discurso construye lo diverso y democrático como estigma decadente, y es su bandera de lucha.

Las guerras se libran también en el terreno de la construcción de las imágenes; son parte del arsenal que se despliega en un conflicto, y en este ámbito el pensamiento racional es una de sus bajas. (O)