Quien ha sufrido un grave accidente necesita de rehabilitación. De lo contrario, queda con un defecto físico, por ejemplo, cojera. Es lo mismo con la economía, luego del terrible accidente pandémico.

En una evaluación del efecto de la pandemia en la economía nacional, el Fondo Monetario destaca que fue una de las más afectadas de la región, por dos efectos agravantes: la difícil situación fiscal preexistente y la insuficiente conectividad, que dificultó el teletrabajo y la teleducación. Ambas, añadimos, son herencia del correísmo: la dilapidación de los ingresos petroleros y de los créditos externos, y la excesiva carga tributaria a los servicios de telefonía móvil.

La crisis golpeó más duramente a las actividades económicas que dependen de la cercanía física con el cliente: hoteles, restaurantes, comercios. Establecimientos de esta índole despidieron masivamente, al no poder pagar los sueldos. Hoy la tendencia es a que no retomen todo el personal despedido, que la recuperación de la crisis sea con menos empleo formal que antes. De no remediarse esta situación, no habrá plena rehabilitación.

Aquí juega una combinación de factores. Primero, se acelera la tendencia al reemplazo de obreros y empleados con máquinas. La industria textil solía ser gran empleadora, con sus talleres repletos de obreros. Hoy, son pocos, operando máquinas inteligentes. Las oficinas tenían secretarias, telefonistas, mensajeros. Hoy las centrales telefónicas conectan automáticamente con la extensión requerida, la correspondencia es electrónica. Los bancos eran gran empleadores de cajeros, hoy reemplazados con cajeros automáticos. Segundo, la legislación laboral nacional responde a las realidades de hace 100 años, cuando cundía el trabajo infantil, se maltrataba a los obreros, no había seguridad social. El despido es muy oneroso, la legislación premia la conflictividad.

Unidos los dos factores, hoy los patronos prefieren invertir en equipos que reemplacen a la mano de obra, con lo cual no se crean plazas de empleo. Las máquinas requieren menos espacio que las personas, por lo que las oficinas y almacenes se reducen.

Los más perjudicados son los trabajadores de poca preparación. Es este entorno es necesaria la capacitación laboral para reubicarlos. Una parte del salario de cada trabajador se destina a financiar el Secap, organismo público para esa tarea. Pero el Secap mantiene cerradas y en deterioro sus instalaciones en Durán, que se supone son las que sirven al Gran Guayaquil. Se bota la plata para la capacitación.

La salida de la crisis necesita un plan coherente en lo fiscal, laboral, incentivos a la producción, rehabilitación de la seguridad social, manejo eficiente del aparato estatal. De lo contrario, la economía quedará permanentemente afectada.

En nuestro sistema presidencialista, le corresponde al presidente dirigir la rehabilitación. Guillermo Lasso nos ofrece un plan integral. Logró el primer objetivo, control de la pandemia, y el segundo requiere importantes reformas legales; pero la Asamblea rehúsa tratarlas.

La Asamblea desempeña un papel crucial en un sistema democrático, pero la actual opta por erigirse en obstáculo a la rehabilitación.

Están haciendo un daño permanente a la sociedad. Son las pequeñas estaturas, diría Pareja Diezcanseco. (O)