El 6 de agosto de 1890, a los 44 años, Carlos Pellegrini sucedió en la presidencia de la República Argentina a Miguel Juárez Celman, después de su renuncia tras la llamada Revolución del Parque. Mientras el presidente se escapaba a su estancia, Pellegrini, al mando de las tropas y a caballo, sofocó la Revolución que tuvo por epicentro el Parque de Artillería, que hoy son tres plazas del centro de Buenos Aires.

Al renunciar Juárez Celman, Pellegrini asumió la presidencia de la Nación hasta el fin de su mandato. Había sido el vicepresidente de la desastrosa gestión de Juárez Celman: el peso perdió valor frente al oro, la bolsa se hundió, quebraron muchas empresas y aumentó una barbaridad el costo de la vida. En dos años y tres meses, Pellegrini arregló el país y entregó el poder a Luis Sáenz Peña el 12 de octubre de 1892.

Carlos Pellegrini redujo el gasto, bajó la inflación, pagó las deudas… hizo el ajuste. Pero lo que quiero resaltar no es nada de eso sino los dos años, tres meses y seis días que duró su gobierno y que le sobraron para arreglar el desbarajuste. No le interesaba ningún otro resultado que el bien de la Patria... o quizá su propia autoestima. Tomó las medidas que había que tomar, sin vueltas ni lloriqueos. Pidió plata a propios y extraños, canceló deudas y se animó a todo, pero sobre todo no lo condicionó ninguna reelección porque en aquellos tiempos había en la Argentina un solo período presidencial de seis años, sin ninguna posibilidad de reelección inmediata.

La presidencia de Carlos Pellegrini enseña que hay que trabajar duro para cumplir las metas, pero sobre todo que no hay que preocuparse por las elecciones que vienen, porque las únicas que realmente importan son las que te eligieron y te dieron mandato para hacer lo que prometiste, sin importar lo que digan las encuestas, los consejos de los consultores ni la retórica de la oposición.

Nunca hay que dejar para un hipotético segundo período el cumplimiento del mandato del pueblo. Una, porque no se sabe si llegará. Y dos, porque para que llegue, siempre lo mejor es hacer de tripas corazón y abocarse a lo que hay que hacer. No alcanza con instalarse en palacio para que ocurra por arte de magia todo lo que se prometió. Las cosas no funcionan así: hay que empujarlas con constancia y mucha fuerza para que ocurran.

Don Carlos Pellegrini nos enseña hoy que los gobernantes de nuestras democracias republicanas tienen que inmolarse sin pensar en su reelección, y lo paradójico es que esa es la mejor manera de ser reelegido. (O)