Para la campaña presidencial del 2017 tuve la oportunidad de compartir una jornada con expertos en el negocio de la política; investigadores, analistas y estrategas. En uno de los primeros estudios, denominado ‘de campo’, se le preguntó a los encuestados si querían un cambio en el país, y a renglón seguido, ¿qué candidatos representaban ese cambio? Me causó mucha sorpresa encontrar a Lenín Moreno como el candidato que encabezaba las preferencias de cambio.
¿Cómo podía ser Lenín Moreno cambio, si era el candidato del correísmo, que había gobernado por una década, adueñado de todos los poderes del Estado? Me explicaron los entendidos, que Lenín sí representaba un cambio, pero no tan radical. Que la gente quería un cambio, pero tenía miedo de perder lo poco o mucho que había conseguido con el correato.
Casi 5 años más tarde no queda duda de que Lenín fue cambio.
Desde el ámbito de la democracia y libertades, Lenín lideró un difícil, imperfecto, pero indispensable retorno al cauce democrático, con el altísimo costo personal de acumular poderosos enemigos, quizá para toda la vida.
Lamentablemente, en lo demás, ya sea por afinidades, tibieza, comodidad o ignorancia, se ha mantenido rodeado de un entorno continuista, que aunque intentó reinventarse y camuflarse como lo contrario, por debajo de la mesa se ha encargado de proteger al proyecto correísta, e impedir el golpe de timón que el Ecuador tanto necesita. Obviamente hay honrosas excepciones que confirman la regla.
¿Fue un cambio? Sí; un cambio tibio, para sacar la cabeza del agua, nada más.
Ahora bien, hablemos del Ecuador de hoy, devastado por la pandemia en lo social y económico; con las finanzas públicas en rojo producto del despilfarro, corrupción, negligencia e inacción de los últimos 14 años, en ese mismo orden cronológico, que ya impacta al sector privado y amenaza con trasladarle sus males. ¿Necesitamos un cambio o seguimos como estamos? ¿Queremos que vuelvan los mismos que tienen jodido al país?
De acuerdo, digamos que no vuelven los mismos. ¿Queremos que llegue el relevo generacional de la década correísta? ¿Qué cambio necesitamos? ¿Un cambio tibio, como el de Lenín Moreno? ¿Un simple cambio de rostro? ¿Un cambio que llegue a tapar los escándalos, a callar a las voces críticas y a terminar de entregarnos al socialismo del siglo XXI que ha aniquilado Venezuela, Nicaragua y está destruyendo Argentina?
Algunos dirán que a lo mejor no es así, que a lo mejor puede ser diferente. ¿Tomamos el riesgo? ¿En serio estamos para jugar a la ruleta rusa? ¿O necesitamos un cambio real, una nueva filosofía de gobierno, de servicio público, serio, capaz, experimentado, que ordene las finanzas públicas, abra mercados y conecte al Ecuador con el mundo? ¿Qué hacemos? ¿Seguimos en esta vorágine de amargura, odio, división, persecución? ¿O volvemos a ser Ecuador solidario de la sonrisa, de la mano extendida, del abrazo fraterno y de la paz?
Amigo lector, llegó el momento del cambio. Yo le apuesto al nuevo Ecuador de oportunidades, trabajo, progreso, paz y justicia.
Que Dios bendiga al Ecuador. (O)