Me seducen los mapas, la conmovedora urgencia con que anhelamos resumir la vastedad de la Tierra, nombrar cordilleras, lagos, desiertos y ríos cuyas voces se nos escapan; remontar, contener abismos y cumbres, abrir trocha en selvas imposibles: ese temor a la incertidumbre que nos lleva a cuadricular lo sinuoso y delimitar lo fluido, esa ambición de conocer y poseer, esos monstruos maravillosos o aterradores con que poblamos lo desconocido. Son tantas las historias que nacen del deseo por lugares remotos que se han colado en nuestros sueños, como si los mapas fueran proyecciones de una realidad física inabarcable trazados a la medida de la capacidad humana de explorar y soñar.

Pero el bien lleva el germen del mal y así la ambición humana suele sucumbir a la avaricia. Los mapas reflejan una historia que se debate entre las fuerzas opresoras de la explotación y las fuerzas liberadoras de la imaginación. A fin de cuentas, siempre han existido quienes recitan los nombres con que hemos bautizado al mundo con devoción de soñadores mientras “los engrandecedores” hacen listas de puntos estratégicos que invadir, pues el único sentido que hallan en tierra, mar y cielo es poseerlos para beneficiarse: todo lo que tocan muere transformándose en oro con el cual buscan saciarse a sí mismos.

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Leemos la historia de la humanidad en los mapas que hemos trazado, los globos terráqueos con bestias marinas que rotaban en bibliotecas reales fascinando a exploradores con sus confines conocidos y desconocidos. Hoy creemos conocerlo todo: latitudes, longitudes, pueblos minúsculos, grandes ciudades sin haberlos visitado. Mapeamos la geografía con un clic desangrándola de todo misterio. Pero quien viene de un país que lleva el nombre de una línea imaginaria sabe que nada es lo que parece y la vida siempre excede a la tinta, los números, los cálculos y algoritmos. La vida excede a la vida, y las fronteras a las fronteras.

Camino por las montañas que Alemania y la República Checa se han repartido. Tropiezo con históricos mojones de piedra cuyas letras talladas dan fe de acuerdos renegociados en sangre. El sendero juguetea, susurran al viento las hojas de esos árboles superiores a toda frontera: a veces del lado de la D (Deutschland), otras bajo el signo de una C (Česká republika) como si grafiteando letras en el paisaje fuésemos capaces de transformar su esencia. En una caja de zapatos que ha cruzado fronteras espaciales y temporales conservo un brazalete de la Cruz Roja que usó mi padre durante la Guerra del Cenepa, cinco años antes de que me enamorara de un peruano con quien visitaríamos la Mitad del Mundo donde solía erigirse un monumento a una guerra que celebraba el odio a un pueblo hermano y justificaba muertes trágicas y absurdas llamándolas heroicas.

Líneas imaginarias

No nos pertenecen los paisajes aunque así lo creamos, somos nosotros quienes pertenecemos a ellos en la medida en que nos llenamos los ojos de sus formas y cielos, las bocas de sus alimentos, los pies de sus guijarros, los oídos de sus vientos. La tierra es la arcilla de la que estamos hechos, no pertenece a quien la explota sino a quien la cuida como a una madre que nos dio la vida. (O)