Quizá no sobra recordar, una vez más, que entre los patrimonios que tiene Ecuador y Sudamérica está la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, ubicada en el norte de Quito, en el barrio de Cotocollao. Lo que habría que precisar es la cantidad y la calidad de ese patrimonio. Su fondo es de más de 600.000 libros de los últimos tres siglos de la cultura ecuatoriana y universal, y que llega a nuestros días porque allí se guardan las copias de respaldo de los libros actuales con registro ISBN. Es un verdadero centro cultural conformado por esa biblioteca única, el archivo histórico y un museo que cuenta con piezas precolombinas, coloniales, republicanas y modernas, una colección única de pinturas de Víctor Mideros y paisajes naturales del Ecuador de Emilio Moncayo y una amplia cartografía histórica. Tiene tres objetivos: conservar, investigar y difundir la cultura. Si de saberlo se trata, la biblioteca tiene fondos valiosos de grandes bibliómanos e investigadores ecuatorianos, como los fondos Julio Estrada Icaza, Acosta-Velasco, Pablo Muñoz Vega, Justino Cornejo, Alba Luis Mora, entre muchos otros que son acogidos con el cuidado de bibliotecarios expertos que conservan y digitalizan a diario este patrimonio.

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Pero hay que saberlo todo. La biblioteca vive una crisis muy grave desde 2021, cuando el Gobierno ecuatoriano mutiló a menos de la mitad el presupuesto que hacía posible la conservación de todo este patrimonio. Escribí al respecto tres años atrás señalando la irresponsabilidad del Gobierno ecuatoriano en el establecimiento de prioridades presupuestarias, como la protección de este fondo único para la historia y la cultura ecuatoriana. ¿Qué ocurrió desde entonces? Se fue a peor. El presupuesto bajó todavía más en 2023, alcanzando la calamidad para el Centro Cultural, que ha debido recortar personal y detener proyectos como la publicación de un valioso catálogo de su fondo de pintura colonial. El director saliente, el padre Iván Lucero, presentó su informe días atrás en una jornada de puertas abiertas donde se pudo comprobar el cuidado con el que los jesuitas han mantenido el Centro y sus fondos con sacrificios incluso personales. Iván Lucero evidenció la crisis económica del Centro Cultural y uno no puede menos que pensar que no es posible seguir esperando que el Estado ecuatoriano cumpla con su responsabilidad al respecto. Debería corregir esta situación de desfinanciamiento presupuestario, pero creo que la sociedad civil debería tomar cartas urgentes en el asunto. Y Quito de manera particular, porque la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit es un emblema de la capital.

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Si todavía quedan mecenas emblemáticos en Ecuador, todo lo que se pueda dirigir a dar apoyo a este centro cultural será la mejor manera de devolver al país lo que este les ha dado. Es cierto que los tiempos han cambiado, y lo seguirán haciendo, de una manera en la que la cultura de los libros parece que no tiene relevancia. No es así. Lo que hace veinte años, con la aparición de los libros digitales, parecía el surgimiento de una revolución completa en la cultura del libro impreso, ha quedado demostrado que no se han cumplido esos vaticinios, de manera que el libro analógico sigue siendo la fuente básica no solo para el placer de la lectura sino para la fiabilidad en la conservación de lo escrito. Precisamente por la sucesión de cambios culturales, el sentido de un archivo histórico como el que protege la biblioteca de los jesuitas es más necesario que nunca. De lo contrario, la memoria histórica se pierde en esos vaivenes sucesivos, a veces improvisaciones demasiado apresuradas que suponen cambios de paradigma, y que terminan por evidenciarse como pretensiones no cumplidas.

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El mecenazgo o apoyo a las actividades culturales es un instrumento de incentivo tributario, que permite reducciones hasta del 150 % del impuesto a la renta, y también responde a una política de colaboración desde la sociedad civil que activa y mejora la convivencia social. Los fondos que cuida la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit no solo miran hacia atrás, al pasado, sino que son el núcleo o el semillero de futuros proyectos en la cultura ecuatoriana. ¿Se tiene idea de cuántos manuscritos inéditos todavía mantiene el fondo? ¿Cuántos títulos o archivos que solo contaron con una única edición, ahora inhallable, y que esperan volver a salir a la luz? Países como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Brasil o Chile han creado mecanismos sofisticados para estimular a los mecenas, desde individuos en concreto hasta mecenazgos empresariales o corporativos. El valor simbólico que este tipo de apoyo pecuniario alcanza se convierte en un emblema de la cultura de una sociedad y de individuos que se vuelven decisivos para el progreso de un país. Y debo corregirme. No es una tarea que le compete exclusivamente a la ciudad de Quito, que si bien esta biblioteca es uno de sus valores primordiales, el espectro de mecenas posibles debería ser de todo el país, porque allí ha ido a parar gran parte de su memoria histórica y cultural.

No voy a negar que he perdido las esperanzas de que la política del Estado ecuatoriano se preocupe por darles relevancia a sus actividades culturales, a no convertirlas en meros eventos complementarios o decorativos de reuniones políticas, o trincheras de burócratas culturales. Todos estos son defectos de la naturaleza humana. Me interesa más la excepcionalidad con largas miras de individuos o entidades que trabajan en silencio. Es por esto que el mecenazgo cultural se ha vuelto un proceder expeditivo, que construye al margen de las temporalidades políticas pero que solventa los instrumentos para que una sociedad despegue hacia el diálogo y la creatividad. Qué mejor que hacerlo apoyando este esfuerzo que los jesuitas han demostrado con creces desde 1929, año en que Aurelio Espinosa Pólit, apoyado él también por mecenas, fundó esta biblioteca que lleva su nombre y que, pese a todos los infortunios, continúa allí. Pero nadie dice que no pueda desaparecer. Es para evitar esa desaparición, y para seguir creciendo, que se necesita con urgencia mecenas en este país. (O)